Donde empieza el egoísmo

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La lucha colectiva empieza cuando un derecho se vulnera y, cuando esto está expuesto, nos vuelve a todos parte.

Por J. Ignacio Merlo

El más resonante caso de actualidad en donde un colectivo de personas vio sus libertades atropelladas y generó cierto ruido, consenso y demás movimientos de sensibilidad social, fue el cierre de PepsiCo, la planta que produce -entre otras cosas- snacks y gaseosas.

Las reglas de juego en el mundo capitalista son claras: una persona -o un grupo de personas- ponen una cantidad de capital a trabajar con el fin de obtener un beneficio de esa inversión. Los excedentes de producción quedan en manos de los dueños de los medios de producción y los empleados reciben un salario a cambio de esa tarea. Esto -bien o mal- es así en todos los rincones del planeta en donde el sistema capitalista penetró.

Cuando las decisiones de los empresarios vulneran -demasiado- los derechos de los trabajadores, el Estado tiene la potestad de intervenir en pos de defender al sector más vulnerable. Lo que pasó, por ejemplo, en PepsiCo es exactamente lo contrario. Ante el cierre de la empresa y el reclamo ferviente de los trabajadores, se optó por la medida más dolorosa: reprimir a quienes perdieron su fuente de ingresos y sustento.

El mensaje es claro: el Gobierno no tiene reparos para reprimir e irá contra cualquiera que se interponga en su camino (la gestión de Macri como Jefe de Gobierno de Buenos Aires incluyó golpes a enfermos mentales, sin ir más lejos).

La imagen más triste, sin dudas, es la de los policías -trabajadores precarizados, con condiciones laborales pésimas y salarios bajos- pegando palazos a personas que perdieron su trabajo. Quizás no haya acto más canalla que mandar a alguien a pelear por uno. Y eso fue lo que hizo la fuerza represiva en nombre del Gobierno más autoritario de los últimos a�

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