Los latinos en el cine

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Con la belleza intacta, la actriz Salma Hayek regresa a la pantalla grande con un perfil desenfadado. Secundada por los actores Ryan Reynolds y Samuel L. Jackson, en “El otro guardaespaldas”, dirigida por Patrick Hughes, se mete en la piel de la mujer de un asesino a sueldo. “Las escenas de acción ya no son lo mismo para mí. Antes podía rodarlas sin sentir nada; ahora, a la mañana siguiente me duele todo el cuerpo durante dos semanas”, bromea. Lo mismo le pasa con las resacas: “En mi juventud bebía y me levantaba como una rosa; ahora pienso mucho si voy a beber porque no puedo ni levantarme”.

Más allá de los cambios de hábitos que admite al llegar a los 50, la mexicana con sangre libanesa, que suena para las nominaciones a los Oscar por su papel en “Beatriz at Dinner”, de Miguel Arteta”, afirma sentirse orgullosa de una carrera en la que lo que consiguió fue por sí misma.

Comenzó a ganar fama en su México natal gracias a telenovelas como “Teresa” o “El callejón de los milagros” y, pese a los prejuicios, logró una de las trayectorias más estables en su salto a Hollywood, hace más de dos décadas.

“A mí nadie me regaló nada. Mucha gente cree que por ser bonita te van a ofrecer personajes, y eso no es verdad. Para mí fue muy difícil. Llegaron a decirme que volviera a mi país, que nunca iba a ser más que la camarera o la novia de un criminal. Sin embargo, mirame”, confiesa.

La actriz, que supo ser Frida Kahlo en un film biográfico, da en la tecla con los papeles que le asignaban históricamente a los latinos en Hollywood, más allá del decente trabajo de mesera, o de la cuestionada moral de andar en amoríos con mafiosos.

En el cine clásico los papeles menores iban para los latinos, los afroamericanos y los orientales, entre otros, pero no para los descendientes directos del Tío Sam.

Lo mismo ocurría con los malvados, siempre provenían de los mismos sectores de la población estadounidense y para estos papeles se apelaba también a los italianos, al punto que muchos artistas cambiaron su itálico apellido para no ser estratificados como mafiosos. Otros, en cambio, se bancaron (como corresponde) su identidad peninsular.

Para esa mirada miope, desde el Sur del Río Grande al Cabo de Hornos, todo latino era como Speedy González y sus amigos, unos holgazanes con sombrero de mariachi, y a otra cosa.

Al margen de las políticas de los gobernantes de turno en los Estados Unidos, la industria se plagó de talentosos artistas venidos de distintos puntos del continente que le dieron otra mirada y una estética distinta a la industria.

El director mexicano Alejandro González Iñárritu puede ser el ejemplo más cabal, entre tantos otros. Los latinos dejaron de ser sólo los delincuentes y las novias pintarrajeadas de esos malhechores, tal como presagiaban el futuro actoral de Salma Hayek.

Por Edgardo Solano

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