te mato porque sí
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Por Ignacio Merlo
Cuando un macho le pone una mano encima a una mujer por el único motivo de que se siente con poderes sobre ella y sus actos, hace que todos los que nacimos varones y respetamos de igual a igual al sexo opuesto, nos sintamos miserables. Eso me pasa a mí (nieto, hijo, marido, hermano y padre de mujeres a las que admiré y admiro) y no puedo entender por qué no es algo colectivo. Cuando un macho atropella a una mujer porque sí , sólo expone su estado de miseria afectiva. ¿Pero dónde nace todo esto? Hay varias corrientes. La que más se adapta a la forma en la cual entiendo la vida habla de las raíces emocionales de todos los individuos. A saber: debemos ser cuidadosos con los mensajes que damos a nuestros te mato porque sí hijos. Cuando un padre (o madre, claro) dice a su vástago: “Vos, cogete a todas!”, con una porción de sarcasmo, debe tener cuidado. Es probable que ese hijo, cuando crezca, no acepte un “no ” como respuesta a nada y quiera “coger a todas”. Porque así lo aprendió.
A cualquier precio. Por eso, como sociedad debemos darnos un debate que va mucho más allá de la figura de femicidio que rige el Código Civil. Tenemos que comprometernos al modo en el cual criamos a nuestros hijos. No existen mensajes inocentes ni grises. La máquina machista que mata no nació hoy. Lleva muchísimos años enquistándose entre nosotros y sólo puede desactivarse si existe un compromiso moral y social de parte de quienes forman personas. Y, por más que suene fuerte, somos los padres los que tenemos en nuestras manos la capacidad de moldear las estructuras psíquicas de quienes nos sucederán. Cada vez que una mujer aparece muerta por el mero hecho de ser mujer, una familia es destruida para siempre. Y cada vez que alguien pone el ojo en cuestionar el largo de la pollera, la forma en que miraba o cuánto le gustaban los hombres a quien apareció en una bolsa negra sólo hace que el debate esté cada vez más lejos de llegar a un puerto cercano a la solución.