El futuro del futuro
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Cuando promediaba la década del 80 y yo cursaba los primeros años de la escuela primaria, la seño Milka -sí, se llamaba como el chocolate- nos enseñó a sumar y a restar.
Por J. Ignacio Merlo
Al momento en que comenzamos a dominar el arte de las matemáticas, nos propuso un ejercicio simple, pero poderosamente intrigante. “¿Cuántos años van a tener en el año 2000?”, quiso saber. Para ello, debíamos restar el año de nuestro nacimiento al año 2000.
“Dos mil menos mil novecientos ochenta y uno, da diecinueve”, dije cuando pasé al pizarrón. Por entonces, nada era más lejos que el año 2000. Todo lo que iba a pasar en un futuro, era -como lejos- en el año 2000.
Pensar en un futuro 12 años más tarde, era como llevar hoy mi mente a un punto tan lejano como imposible. Y sin embargo, no sólo llegó ese futuro -distante, lejano, inalcanzable-, sino que también el futuro del futuro, algo que por entonces era inimaginable y, cuando alguien se aventuraba a pensarlo -la trilogía de ‘Volver al futuro’, por ejemplo- era diametralmente opuesto a lo que hoy vivo.
En esos futuros guionados nadie andaba caminando por todas las calles de todas las ciudades de todo el mundo con los ojos clavados en una pantallita de cinco pulgadas y millones de colores.
Hoy, que tantos pasos dimos como grupo hacia un modo de vida sencilla, estamos perdiendo el foco como grupo social y dejamos de lado lo realmente importante. Tampoco se pensaba que la forma en que nos comunicamos sería tan veloz, volátil e inmediata: WhatsApp se ha convertido en un cambio de paradigma en el modo en que nos comunicamos entre punto y punto, aunque también punto a nodo, con los grupos de conversación.
Son varios los sociólogos que sospechan que estamos perdiendo -paradójicamente- la capacidad de compartir. Compartimos archivos, pero no momentos. ¿Qué recuerdos estamos construyendo de esta forma? Para amantes de lo nostálgico y analógico ya casi no queda lugar. Quien quiera quedarse por fuera del espiral que plantea la hipercomunicación e hiperconectividad, peca de ser tildado de freak.
¿Quién conoce a alguien que no use celular? Son contados con los dedos de una mano. De igual modo ocurre con el vínculo entre las personas y las redes sociales. Nos hemos convertido -de a poco- en expertos en nada e ignorantes de todo, pero con opinión formada.
¿Por qué resulta importante la opinión de mi tía Irma sobre la designación de un funcionario? ¿A quién parece resultarle relevante qué piensa Luis, el kiosquero, sobre los mellizos Barros Schelotto? A nadie.
Por lo pronto, me pongo en off, y salgo a encontrar historias que valga la pena contar mirando a alguien a los o