En el ojo del huracán

DE PUÑO Y LETRA. "Para" no es un libro de autoayuda. Es simplemente el testimonio de alguien que siempre vivió a mil por hora.

Sergio adelanta un capítulo de su libro

Sergio adelanta un capítulo de su libro.

Hola, amigos de La Unión. Estoy muy contento con la recepción que está teniendo mi nuevo libro, "Parar". Lo empecé a escribir el año pasado y lo terminé después de la internación por Covid, ya con la decisión tomada de bajar un cambio, de caminar más despacio y de disfrutar más...

No es un libro de autoayuda. Es simplemente el testimonio de alguien que siempre vivió a mil por hora. Fueron muchos años, demasiados. hasta que de pronto un virus me obligó a detener mi marcha y casi me frena para siempre.

No escribí el libro porque tenga superado el problema, sino porque quería tomar conciencia de lo que me pasa compartiéndolo con ustedes. No les hablo de mis éxitos, les hablo de mis dificultades para lograr un equilibrio en mi vida. 

Ustedes, vecinos, son amigos desde hace mucho por leerme en La Unión, el diario del barrio. Y por eso les quería hacer un regalo: en exclusiva, el primer capítulo de Parar. Se titula "En el ojo del huracán". Espero que los deje con ganas de más. 

UN CAPÍTULO PARA MIS VECINOS

Empecé a escribir este segundo libro en enero de 2020, después de haber vivido un año más en peligro. Digo "un año más", porque los anteriores fueron igual de intensos, y hablo de "peligro" porque siempre fui consciente de lo mucho que me arriesgo al vivir así. También sé que no soy el único. Lo padecemos todos los que nos sentimos oprimidos por el escaso tiempo del que disponemos, por la vorágine de la vida cotidiana que llevamos, por pretender hacer a la vez el mayor número de cosas. Sí, estamos de acuerdo: es estar dentro de un torbellino de locura, por demás innecesario. Sencillamente porque no sirve para nada. Pero es fácil decirlo o escribirlo y muy difícil salir del ojo del huracán. Lo digo por mi propia experiencia.

Vengo meditando desde hace un tiempo sobre este tema. ¿Por qué estamos tan enloquecidos? ¿Por qué apuramos todo? ¿Por qué no nos tomamos las pausas necesarias para no llegar al final del día con el agua hasta el cuello? Siempre igual. No aprendemos a mejorar nuestra calidad de vida. Y ahí vamos a mil, con el pie en el acelerador. Nos cuesta usar el freno. Nos encanta vivir al límite.

Vengo meditando desde hace un tiempo sobre este tema. ¿Por qué estamos tan enloquecidos? ¿Por qué apuramos todo? ¿Por qué no nos tomamos las pausas necesarias para no llegar al final del día con el agua hasta el cuello? Siempre igual. 

Un sargento nos decía en el servicio militar que nosotros, los soldados de la clase 64, en el Regimiento Mecanizado N° 3 General Belgrano de la Tablada, éramos hijos del rigor. Claro que su comentario era por otro motivo. Ahora pienso que el rigor lo impone la sociedad. Me corrijo: somos nosotros, los integrantes de esta sociedad, los que nos imponemos el rigor del reloj. Y somos hijos de nuestro propio rigor, que nos lleva a superarnos más y más. Hasta no tener techo. No sabemos decir que no. Corremos todo el día para cumplir con la larga lista de actividades que nos proponemos, en el menor tiempo posible y con la menor calidad también. Es decir, somos los responsables de nuestro propio calvario.

Cuando era chico, mi hijo Elvis me preguntaba: "Pa, ¿por qué te vas a trabajar si los papás de mis amigos no tienen que ir porque es feriado?" Y aunque mi respuesta no fue nunca convincente, le decía que la gente quiere saber qué está pasando aunque sea feriado o fin de semana, quiere ver un noticiero. Entonces alguien tiene que hacerlo, así es mi trabajo. 

Este es un oficio tan apasionante que cuando uno se toma vacaciones o un breve descanso, en realidad, no se relaja nada. Porque los periodistas siempre estamos conectados, porque necesitamos informarnos continuamente. Es una hermosa necesidad. También es una lucha interna que tuve, y que tengo aún. Cada día me despierto y me planteo qué hago. ¿Voy al kiosco a comprar el diario o no voy nada? Y si no voy, cuando tengo un minuto de ocio, entro a la web para informarme o prendo la tele para ver el noticiero de turno. No puedo con mi genio. Pero reconozco que lo disfruto.

Soy un apasionado de mi trabajo. Vivo pensando en el trabajo. También tengo que reconocer que posiblemente me dedico en exceso porque tengo miedo de perderlo. En una sociedad tan compleja como la de nuestro hermoso país, que falla a la hora de dar trabajo, no es extraño que piense de esta manera.

Soy un apasionado de mi trabajo. Vivo pensando en el trabajo. También tengo que reconocer que posiblemente me dedico en exceso porque tengo miedo de perderlo. En una sociedad tan compleja como la de nuestro hermoso país, que falla a la hora de dar trabajo, no es extraño que piense de esta manera, aunque me muevo en la radio y en la televisión sin interrupciones desde hace años. Tal vez solo se trata de la excusa que pongo siempre para no decir que no. 

Si en una cobertura periodística la noticia continúa, me quedo, sea radio o televisión. Si me llaman para conducir un evento, acepto sin dudar. Si tengo que trabajar un fin de semana, voy. Si me piden que dé una charla motivacional, ¿cómo negarme? Si tengo una reunión de trabajo, llego antes de que empiece. Si me toca cantar con mi banda de amigos, soy el primero en afinar la guitarra. Si me invitan a un acto solidario, voy corriendo. Si me piden que grabe un saludo, lo hago. Si alguien demanda mi ayuda, una mano, le doy las dos. Pero si me llama mi esposa y me pide que la acompañe al supermercado, seguro le digo que no puedo hacerlo porque tengo que trabajar? 

Y si me proponen que escriba un libro, me pongo a pensar cómo organizarme y hacerlo. En eso estaba a principios del año pasado. Pensaba que, si me ponía a escribir, por ahí conseguía parar un poco esta locura. También fantaseaba que, si vos lo leías, a lo mejor te ayudaba a que te propusieras un cambio. Por lo menos, iba a intentarlo. De ese intento se trata este libro. Pero hubo algo más. Algo totalmente inesperado para mí, para todos, que me obligó a parar en serio.

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