Fue garrapiñero durante 35 años y su hijo sigue su legado
SECRETOS Y ANÉCDOTAS. Dardo Bulacio tuvo su puesto en Acevedo y Boedo. Su hijo Sebastián continúa con la herencia familiar en Sáenz e Yrigoyen: "Fabricamos el producto, esto es un arte".
Un clásico de las plazas, los parques, las peatonales y las calles concurridas. Los puestos de garrapiñada son primordiales para las caminatas y los paseos, más aún si es otoño o invierno. Y en Lomas hay una familia que dedicó su vida al oficio y continúa con el clásico triciclo. Dardo Bulacio estuvo 35 años en Acevedo y Boedo con la venta de garrapiñada, pochoclos, manzanas e higos caramelizado y, pese a que hace un tiempo que dejó de trabajar, sabe perfectamente cuáles son los secretos para hacer los mejores productos. Además, sintió orgullo por su hijo Sebastián, quien es el encargado de continuar con el legado en otra esquina emblemática de la localidad.
Dardo empezó con el oficio de las garrapiñadas cuando tenía apenas 22 años, luego de observar y ser aprendiz de otro vendedor: "Estábamos en Carlos Pellegrini y Laprida, el hombre supervisaba cómo trabajaba y un día me dijo que ya estaba listo para tener mi propio puesto".
La primera esquina en la que vendió garrapiñadas fue en Alsina y Fonrouge, hasta que después se cruzó del otro lado de la estación y se mudó a Boedo y Acevedo, sin saber que ese lugar lo iba a acompañar por más de tres décadas.
"Con mucho esfuerzo me compré mi propio triciclo y me iba caminando desde donde vivía, en Cerrito, hasta el centro de Lomas", rememoró sobre sus inicios. La primera esquina en la que vendió garrapiñadas fue en Alsina y Fonrouge, hasta que después se cruzó del otro lado de la estación y se mudó a Boedo y Acevedo, sin saber que ese lugar lo iba a acompañar por más de tres décadas.
Maní crudo, agua, azúcar y esencia de vainilla son los ingredientes de este snack callejero que no pasa de moda (sin olvidarse de la emblemática olla de cobre) y que es ideal para combatir el frío en las caminatas.
Maní crudo, agua, azúcar y esencia de vainilla son los ingredientes de este snack callejero que no pasa de moda (sin olvidarse de la emblemática olla de cobre) y que es ideal para combatir el frío en las caminatas. "El garrapiñero fabrica el producto, es un arte", admitió Dardo, que luego contó cómo se las ingenian para embolsar el producto correctamente: "Empaquetamos con una cuchara que está doblada en la punta, para que sea más fina y no se caigan las garrapiñadas".
Además de las clásicas garrapiñadas, Bulacio solía vender otros productos que, a más de un lomense, le harán recordar su infancia: manzanas e higos caramelizados y pochoclos también estaban a disposición de los vecinos que pasaban por su puesto. "Aprendí a hacer todo gracias a prestar mucha atención y poner ganas en el trabajo", contó.
Al ser consultado por alguna anécdota que vivió gracias al trabajo, Dardo rememoró que muchas veces recibía una gran cantidad de pedidos de un salón de eventos que se encontraba muy cerca de su puesto y que, para las fiestas de 15, "venían y me compraban de todo". Inmediatamente agregó: "Muchas veces regalaba garrapiñadas y manzanas a las chicas y chicos del Instituto Patiño. Esas sonrisas están grabadas en mi corazón".
Estoy muy orgulloso de que Sebastián siga con el mismo oficio que tuvo su mamá y su papá. Aunque haya pasado tiempo, cuando voy a visitarlo, los vecinos y los comerciantes se acuerdan de mí.
"Estuve 35 años en la esquina de Boedo y Acevedo, frente al colegio Inmaculada Concepción, haciendo garrapiñadas. Hace tiempo que ya no hago", admitió el lomense. Pero como el oficio fue su estilo de vida y su pasión, también se la trasmitió a su mujer y a su hijo Sebastián, quien sigue con el legado familiar y continúa actualmente con la venta, aunque cambió de esquina y ahora se ubica en Sáenz e Hipólito Yrigoyen.
"Estoy muy orgulloso de que Sebastián siga con el mismo oficio que tuvo su mamá y su papá. Aunque haya pasado tiempo, cuando voy a visitarlo, los vecinos y los comerciantes se acuerdan de mí", finalizó, muy emocionado.