La curandera que hizo peregrinar a miles de personas a Temperley 

RECUERDOS. La Madre María de Temperley salía a la puerta de su casa vestida de blanco. Escuchaba, aconsejaba y, según muchos, sanaba.

Hoy un siglo después su historia sobrevive en la memoria oral del barrio

Hoy, un siglo después, su historia sobrevive en la memoria oral del barrio.

En Temperley hubo una época en que la fe convocaba multitudes. Miles de personas viajaban desde distintos puntos del país (y hasta desde el exterior) para verla, tocarla o recibir su bendición. La esperaban frente a una casa sencilla de la avenida 9 de Julio al 700, donde una mujer vestida de blanco escuchaba, aconsejaba y, según muchos, sanaba.

Esa mujer era María Salomé Loredo de Subiza, a quien el pueblo conoció como la Madre María de Temperley. Hoy, su nombre casi no se recuerda, pero a comienzos del siglo pasado fue una figura tan popular que su velorio llegó a reunir a más de diez mil personas. 

Nació lejos de aquí, en Castilla la Vieja, España, el 22 de octubre de 1855. Tenía apenas 14 años cuando desembarcó en Argentina y se instaló en Saladillo. Fue allí donde conoció a Pancho Sierra, el célebre curandero de la región de Pergamino y Salto, quien (dicen) la curó de una grave enfermedad y la introdujo en el mundo del esoterismo.

Tras la muerte de Sierra, Loredo siguió su camino espiritual, difundiendo una doctrina basada en la fortaleza interior: enseñaba que los sufrimientos eran pruebas necesarias para templar el alma antes de presentarse ante Dios. La Iglesia Católica, aunque observó con cautela su prédica, la toleró como una práctica "diferente" de religiosidad. 

Con el tiempo, las vueltas del destino la llevaron a Temperley, donde su casa se convirtió en un punto de peregrinación. Allí llegaban hombres y mujeres de distintas provincias, e incluso de Uruguay y Paraguay, buscando alivio o consuelo. Ella los recibía con serenidad, siempre ataviada con un vestido blanco abotonado hasta el cuello, y repetía que no era ella quien curaba, sino la fe. A su alrededor, el barrio se transformaba en una feria: puestos de flores, medallas, estampitas y recuerdos se multiplicaban alrededor del domicilio de la curandera más famosa del sur del Gran Buenos Aires. 

Su fama, sin embargo, también atrajo conflictos. La Justicia y la Policía la investigaron en más de una ocasión, aunque nunca lograron quebrar el apoyo popular. Para muchos, era una santa; para otros, una farsante. Lo cierto es que su figura despertaba una devoción inmensa. Cuando murió, las crónicas de la época registraron un funeral multitudinario que paralizó Temperley. Entre la multitud que se acercó a despedirla estuvo incluso Hipólito Yrigoyen, entonces presidente electo, quien se mezcló entre la gente para rendirle homenaje.  

Hoy, un siglo después, su historia sobrevive en la memoria oral del barrio, envuelta en una mezcla de fe, misterio y admiración. La seguimos la semana que viene.

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