La apasionante historia detrás del Molino Rojo de Turdera
HABLAN LOS NIETOS. En la década del 40, una familia española que vivía en Banfield compró dos lotes y comenzó la obra de su casa, sin saber que se convertiría en un emblema.
En Lomas existe una construcción que, con el tiempo, se volvió una atracción para los vecinos: el Molino Rojo supo funcionar como un salón de fiestas y en plena pandemia se reinventó para pasar a ser un restorán y sede de una feria de emprendedores. Pero esta llamativa edificación de Turdera se creó en la década del 40 como una casa, donde vivían los españoles Jacinto Esteban y María Macías, dos vecinos de Banfield.
Los nietos descendientes se juntaron y le contaron contaron a La Unión cómo era el molino por dentro, su conexión con el Euskal Echea, su transformación y el deseo de que perdure por muchos años en Lomas.
La historia del Molino Rojo comenzó en la década del '40. Jacinto Esteban y María Macías, ambos españoles que vivían en Banfield, decidieron comprar dos lotes en Turdera, más precisamente en Gobernador Ugarte y Porvenir (hoy llamadas Antártida Argentina y San Benito). Una localidad que se caracterizaba por contar con fábricas, pero que en ese entonces no tenía una gran población.
A Jacinto y María se les ocurrió construir su casa con forma de molino, el cual contaba hasta con las aspas tradicionales. Su función no era la de extraer agua o moler granos, sino simplemente como vivienda. Los 16 nietos descendientes de la pareja estimaron que la inauguración de la construcción se dio en 1946.
La planta baja tenía siete metros de diámetro y contaba con un dormitorio, un living-comedor y un baño, en el primer nivel había otra habitación y baño, mientras que en el segundo piso existía otra pieza. Además de la construcción circular, existía un anexo con una cocina-comedor y un lavadero, con el objetivo de que la pareja y sus nueve hijos puedan vivir cómodamente.
La planta baja tenía siete metros de diámetro y contaba con un dormitorio, un living-comedor y un baño, en el primer nivel había otra habitación y baño, mientras que en el segundo piso existía otra pieza. Además de la construcción circular, existía un anexo con una cocina-comedor y un lavadero, con el objetivo de que la pareja y sus nueve hijos puedan vivir cómodamente.
A medida que se construyó, se plantaron distintos árboles en todo el parque para proteger del viento y del sol al lugar, además de estar decorado con una gran cantidad de flores, sobre todo de tulipanes. En todo el perímetro, se construyó una verja de madera, muy característica para la época.
La altura total del molino era de aproximadamente nueve metros y desde el segundo piso se podía observar toda la zona de Llavallol, incluida la capilla y el colegio Euskal Echea, ubicados a aproximadamente 13 cuadras de distancia.
Su particular construcción fue un punto de referencia por muchos años, ya que los vecinos lo utilizaban para encontrarse o dar indicaciones a partir de la ubicación del molino.
"Su particular construcción fue un punto de referencia por muchos años, ya que los vecinos lo utilizaban para encontrarse o dar indicaciones a partir de la ubicación del molino", contó uno de los nietos de Jacinto y María.
Cuando había procesiones o peregrinaciones por parte del Euskal Echea, los fieles caminaban hasta el molino, donde rezaban y se hacían bendiciones desde el balcón de la inusual casa. Además, al haber una gran cantidad de casamientos en la institución religiosa, las novias pedían permiso y se sacaban fotos en el parque del molino, lo que dio inicio a que varios años después este emblemático lugar se convierta en un salón de fiestas.
Durante la pandemia, el Molino Rojo debió reinventarse y los vecinos pueden visitarlo en su nuevo rol de restaurante o, una vez por mes, en la feria de emprendedores.
Durante la pandemia, el Molino Rojo debió reinventarse ya que el rubro de los salones fue uno de los más perjudicados. Ahora, sin ser parte de una fiesta de cumpleaños o de casamiento, los vecinos pueden visitarlo en su nuevo rol de restaurante o, una vez por mes, en la feria de emprendedores.
Los 16 nietos descendientes coincidieron en que les gustaría que "el Molino Rojo se conserve como un emblema y un símbolo histórico, admirándolo como un edificio que marcó su época en Lomas".