La sorprendente historia de "el Ruso", el hombre que murió en la estación de Llavallol

EMOTIVO RECUERDO. Esteban Potynski, conocido como "el Ruso", tuvo una extensa trayectoria como comerciante y estuvo muy activo hasta el último día de su vida.

Esteban Potynski tenía 81 años y estuvo muy lúcido y activo hasta el último día

Esteban Potynski tenía 81 años y estuvo muy lúcido y activo hasta el último día.

El lunes pasado, un hombre de 81 años falleció mientras esperaba el tren en la estación de Llavallol. El hecho generó una profunda conmoción entre los vecinos, sobre todo cuando se enteraron que la víctima había sido Esteban Potynski, más conocido como "el Ruso", un histórico comerciante muy querido en la zona.

Todavía no se sabe bien qué le ocurrió. Se hablaba de un infarto y de un paro cardíaco, pero hay que esperar los resultados de la autopsia. Lo cierto es que, de un momento a otro, Esteban se fue, dejando atrás una innumerable cantidad de recuerdos y anécdotas en el barrio donde trabajó muchos años como relojero para luego dedicarse al rubro de blanco y mantelería.

"Muchos lo conocen como el relojero, porque empezó con relojes y vendía relojes de excelente calidad. Hoy en día mucha gente de Llavallol tiene sus relojes. Fundó el local 'El Ruso' de blanco mantelería, que está en Doyhenard 472. Ahora casi todos en Llavallol tienen sus sábanas y acolchados", contó su nieta Julieta en charla con La Unión.

Hasta último momento, Esteban estuvo plenamente activo como comerciante. De hecho, el día que falleció estaba yendo a Once a buscar la mercadería. No quería que vaya su hijo, le gustaba hacerlo él. "Trabajó con mucho esmero y placer hasta el último día de su vida. Lo hacía sentirse útil, vivo y feliz. Hubo un mes que estuvo sin auto porque le robaron, era su medio por el cual podía traer mercadería desde Capital a Zona sur, y también el medio por el cual entregaba mercadería a cada cliente de la localidad, entonces siguió en bicicleta. Iba al mayorista dos o tres veces por semana tomando tren y subte. Luego recuperó el auto, pero decidió que era mejor seguir haciendo ejercicio y fortalecerse", explicó Julieta.

A pesar de haber vivido varias décadas en Llavallol, pocos sabían el nombre real de Esteban. Todos lo conocían como "el Ruso", un apodo que tiene que ver con sus rasgos faciales y el origen de su familia. "Su papá era ucraniano, vino a la Argentina por la guerra, se llamaba Andrón Potynski. Y su mamá era hija de ucranianos, Anastasia Señuk. Realmente era familia de ucranianos, pero acá en Llavallol apenas registran a Ucrania y por su rostro ya le decían 'el Ruso', y así es como quedó su apodo", señaló su nieta.

Antes de venir a Llavallol, Esteban y sus padres tenían una pequeña finca en Chaco, donde trabajaron mucho para poder salir adelante. No obstante, el Ruso era muy inteligente y la pobreza no fue un impedimento para que se destacara en sus estudios: "Eran muy pobres y no tenían nada. Tuvo una vida muy dura en el campo, se crió allá y vino a Buenos Aires cuando se casó. Repitió primer grado de escuela en Chaco porque no sabía español. En la familia se manejaba únicamente con el idioma ucraniano. Luego, logró dominar el español a la fuerza y fue un excelente alumno, e incluso jugaba olímpicamente al ajedrez en el colegio".

La inteligencia de Esteban se vio reflejada en su adultez e incluso en su vejez. Los vecinos que lo conocieron cuando él iba casa por casa a llevar a la mercadería lo recuerdan como una persona sumamente culta. Su familia vio de cerca ese profundo interés en capacitarse y mantenerse actualizado sobre las nuevas tendencias y avances tecnológicos.

"En casa contabilizaba todo con estilo y auriculares, poniendo Tchaikovsky, Korsakov o Shostakovich en YouTube de su celular. Siempre se actualizaba con la tecnología, usaba su notebook, su celular y hasta su tablet. Era un apasionado de muchos campos de la ciencia exacta y natural, y en especial la astronomía. Dos o tres veces por semana le dedicaba una hora al aprendizaje del inglés, el repaso del ucraniano de su lengua materna y leía algunos libros viejos en ruso", reveló Julieta a este medio.

La imagen que le quedó a la familia Potynski fue la de una persona con una vitalidad, una lucidez, una energía, un buen humor y un entusiasmo que realmente impresionaban. De hecho, su inteligencia estaba complementada por su buena salud física: a pesar de su edad, "a las 15 horas de cada día hacía ejercicio con bidones de agua, subiendo y bajando por escaleras y tomando sol en la terraza", según confesó su nieta. Justamente por eso fue tan chocante su fallecimiento.

"Él estaba joya hasta el último día de su vida. Su cabeza y cuerpo estaban bien. Fue muy inesperada y repentina su muerte. Mi abuelo me dijo una vez que tenía como meta vivir hasta los 120 años y conocer a los hijos de Leia, mi hija de 4 años, su nieta. Todo lo que él decía o prometía, lo cumplía a rajatabla. Y esta vez con su muerte, por primera vez no cumplió algo que prometió", lamentó Julieta.

Esteban dejó una huella imborrable en Llavallol, la ciudad que fue su lugar en el mundo y que, sin embargo, conocía sólo una pequeña parte de una vida sorprendente. Habrá quienes lo recuerden como relojero, otros como vendedor de sábanas y otros como un padre y un abuelo muy presente. Pero lo más importante es la enseñanza que dejó y que su nieta Julieta dijo con las palabras correctas: "Su legado es el vivir por amor a la vida, vivir cada día como si fuera el último, dar lo máximo de uno mismo. Murió haciendo todo lo que amaba hacer".