Los Sepa revolucionaron Lomas con una máquina para hacer maní inolvidable

NOSTALGIA PURA. Durante el verano vendían helado y en el invierno maní caliente en la peatonal, en el cine y en las canchas. Los que siguieron con el legado contaron la historia.

La familia Sepa se ha ganado el respeto y el cariño de los vecinos lomenses por ser quienes se encargaban de fabricar helados artesanales en verano y durante los meses de frío cambiaban los cucuruchos de helado por los conos de maní caliente gracias a una manicera que se transformó en un emblema entre los años '40 y '60. Luego se movilizaron en moto y un carrito para el helado hasta antes de la pandemia. Ahora se reinventaron y son mudanceros. 

Gustavo Sepa (49) es hijo de Luis y contó que su familia fue pionera en Lomas ya que, durante toda la primavera y el verano, eran los encargados de hacer helados artesanales: "El helado se fabricaba con barra de hielo porque no había heladera. En carro y caballo iban a buscar el hielo hasta la calle Pasco y luego en tinas se hacía el producto artesanal, con limón exprimido o huevos, según el gusto".

El helado se fabricaba con barra de hielo porque no había heladera. En carro y caballo iban a buscar el hielo hasta la calle Pasco y luego en tinas se hacía el producto artesanal, con limón exprimido o huevos, según el gusto.

Lo cierto es que la familia se dedicaba a la venta de helado por la vía pública y lo llevaban a cabo desde que comenzaban a asomar los días de calor hasta que se presentaban los primeros fríos del otoño. "Muchos años arrancábamos a vender helado en agosto, era según la necesidad de la gente", explicó Gustavo.

Cuando concluía la temporada, la familia Sepa se reinventaba y daba un giro de 360 grados: transformaban su carro de helado en una manicera (con brasero) y así, durante el otoño y el invierno, también tenían un ingreso económico. Gustavo afirmó que salían a vender el maní por las calles, aunque no era tan rentable como lo del helado.

Cuando concluía la temporada de helados, la familia Sepa se reinventaba y daba un giro de 360 grados: transformaban su carro de helado en una manicera (con brasero) y así, durante el otoño y el invierno, también tenían un ingreso económico.

El lomense admitió: "El maní que cocinábamos para vender lo poníamos en un cucurucho hecho con hojas del Diario La Unión". "La manicera sé que la trajo mi abuelo, pero no sabemos de dónde. Es un ícono y es original", acotó.

"Yo crecí con la manicera, sabía que los fines de semana había que salir a vender", rememoró Gustavo, y rápidamente contó que solían encontrarse en la esquina de Laprida e Yrigoyen, aunque también vendían en el cine del Teatro Español y en las inmediaciones de la cancha de Los Andes, de Banfield y de Temperley.

Solían encontrarse en la esquina de Laprida e Yrigoyen, aunque también vendían en el cine del Teatro Español y en las inmediaciones de la cancha de Los Andes, de Banfield y de Temperley.

Además de la manicera, la familia tenía una pochoclera, también ideal para comercializar los días de partidos. "Estos productos también nos servían para la época de los trueques, en el 2000", aseguró Gustavo.

Leandro Sepa (31) se acopló a la charla y aseguró: "Desde chico me sumé con todo el circo ya armado y en las tardes de domingo, mientras vendíamos en el Parque de Lomas, mi papá me explicaba que debía seguir con la herencia".

Desde chico me sumé con todo el circo ya armado y en las tardes de domingo, mientras vendíamos en el Parque de Lomas, mi papá me explicaba que debía seguir con la herencia.

Ambos contaron que la heladera y la manicera era trasladada gracias a una, pero inmediatamente aseguraron que su abuelo la llevaba en carro y caballo, tal y como iban a buscar el hielo para la fabricación del helado.

"Todos los domingos, si no llovía, tenía que ir al Parque de Lomas. Con el tiempo, la venta se agrandó y agregamos copos de nieve y también gaseosas", dijo Leandro, mientras que Gustavo añadió: "Para avisar de la venta de helado o maní teníamos una corneta, la hacíamos sonar a pulmón y la gente ya sabía que estábamos".

RECUERDOS IMBORRABLES

"El barrio aún guardaba su postal de pueblo, todo era silencio, la siesta era sagrada, pero los chicos esperábamos con ansias la hora señalada. La corneta nos llamaba desde lejos, entonces todo era algarabío, salíamos corriendo a la calle, el carrito se acercaba lento para nuestra impaciencia. Al llegar, nuestro querido Sepa bajaba del carro, él nos sonreía y nos prestaba su antigua corneta de bronce", dice uno de los fragmentos del prólogo del periodista lomense Daniel Dátola en uno de sus libros, en un fiel reflejo de lo que causó y aún causa la familia Sepa en los vecinos locales. "Todo lo que dice Daniel en la poesía es la pura verdad", cerró Gustavo, emocionado.