Cuando en Lomas había "mateos"

un viaje al pasado. En 1925, los vehículos que circulaban por las calles de Buenos Aires se dividían entre coches de caballo y autos. El máximo referente de los cocheros fue un vecino recordado como "El Feo". 

¡Hola de nuevo, queridos amigos de La Unión! Viajemos al pasado, como lo hacemos casi siempre. En 1925, los vehículos que circulaban por las calles de Buenos Aires se dividían entre coches de caballo y autos. Los coches de caballo eran en su mayoría "mateos", aquellos carruajes recordados por los paseos turísticos en los bosques de Palermo

En Lomas de Zamora, aunque ustedes no lo crean, también hubo mateos. Eran los cocheros de plaza, iguales a todos los de su época. Pero al mateo, los colectivos y los autos particulares lo arrinconaron. Primero a las estaciones del ferrocarril, donde quedaban a la espera de algún viajero en busca de alojamiento familiar. Pero los taxis le dieron con el tiempo el golpe de gracia y lo fueron relegando hasta desaparecer. 

Las crónicas de antaño lo muestran orgullosos y decididos por las calles de Lomas. Su máximo referente, su ícono local, fue un hombre recordado como "El Feo". Tenía un nombre sencillo, común y hasta casi distinguido: se llamaba Enrique Blanco, tal cual hubiera sido bautizado un buen vecino que no haya tenido la talla y la envergadura de este singular y pintoresco personaje de Lomas. 

Cuentan las crónicas de época que Blanco siempre lucía una gorra negra que tenía en su circunferencia un alambre de acero para tenerla siempre bien armada. Se plantó firme en su coche y a fuerza de látigo y de tumbos se abrió paso entre la barra cochera de Lomas, destacándose por su insolencia y su gracia. 

No quiso modernizarse como otros colegas con coches a motor. Siempre le fue fiel a su inseparable yegua, a la que mimaba con fresca alfalfa. El Feo, terco, prefirió seguir con su mateo.  

El Feo murió cuando tenía poco más de 70 años. No faltó quien dijera que esos fueron exactamente los mismos años que vivió de feo. 

Fue un cochero a contramano del progreso. Pero no le fue mal: quienes lo conocieron contaban que fue un gran actor y que su fealdad lo ayudó a ser bastante popular en Lomas. Con desparpajo supo usar lo que para muchos sería un trauma. No le importaba que le gritaran "¡Feo!". Los clientes caían mansos en su parada y sus viajes eran todo un trayecto divertido e inolvidable. En la barra cochera del barrio tuvo más amigos que enemigos, todo producto de su reconocida simpatía y dedicación al trabajo. 

El Feo murió cuando tenía poco más de 70 años. No faltó quien dijera que esos fueron exactamente los mismos años que vivió de feo. Y no le erró. Así vivió este personaje que hoy recordamos en las páginas de La Unión. Uno más que se hizo conocido a través de un oficio desaparecido por nuestras calles, pero que seguramente será inolvidable como tantas otras facetas de la cultura popular local. 

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