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Seis años sin Spinetta, el poeta del rock argentino

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El 8 de febrero de 2012 fallecía El Flaco, cuando era un secreto a voces su enfermedad. Un repaso por mojones clave de la carrera de este genial artista.

Hace exactamente seis años, aquel tristemente célebre 8 de febrero de 2012, fallecía en Buenos Aires Luis Alberto Spinetta, dejando un trono vacante y sin continuadores de su estética en el horizonte cercano, aunque con una gran influencia de la obra de varios artistas de distintas generaciones.

Su enfermedad era una suerte de secreto a voces, dentro y fuera del mundillo rockero, hasta que él mismo se encargó de anunciarlo a través de un comunicado, en el que aprovechó para reafirmar su militancia en la ONG Conduciendo a Conciencia.

Es muy probable que la obra de Luis Alberto no haya sido valorada en su medida cuando este genial artista estuvo entre nosotros, al menos por el amplio público del rock argentino. Además, el prejuicio absurdo que insistía con el “El Flaco es aburrido” se hizo carne en aquellos que ni siquiera escucharon los primeros compases de “Muchacha”.

También están aquellos que tampoco se asomaron a su obra y que sin embargo hablan maravillas de este genial artista con la intención de simular un nivel cultural más elevado.

Poniendo las cosas justicieramente en su lugar, Spinetta es probablemente el mejor letrista del rock argentino y también una de las mejores plumas de música popular argentina, sin importar los géneros. Como suele pasar en escasas excepciones, sus letras funcionan como poesías sin importar que luego tengan música y suenen en el formato de una canción.

También sentó las bases del estilo surrealista en el rock en español, más allá de que en algunas líricas fue más concreto y realista en sus versos. Algunos de sus colegas de generaciones posteriores también coquetearon en esta escuela, todos ellos confesos fans del artista.

Esas letras tenían como caldo de cultivo las lecturas, en distintas etapas de su vida, de Julio Cortázar, los poetas malditos franceses (Antonin Artaud, incluido), Carlos Castaneda y Michel Foucault, entre otros.

Almendra tenía aires porteños, Beatles, jazzeros y del nuevo folklore de los ’60, Spinetta pateó el tablero, estando en jaque, en Pescado Rabioso, para sonar distorsionado y visceral.

Cuando los compañeros de esta última banda desistieron de seguirlo en sus camaleónicos rumbos musicales, arremetió con Artaud, la obra maestra de rock argentino y que sigue revalorizándose.

En Invisible juntó el mundo lírico de Almendra con la dureza de Pescado, en una etapa de gran inspiración y de trabajo colectivo. Luego llegó el jazz a su vida, en especial por la influencia del guitarrista John McLaughlin: un día volvió Almendra y retomó la senda jazzera con Jade, en medio de algunos discos solistas notables.

Luego de liderar varias formaciones, un treintañero Spinetta comenzó su camino en solitario sin que la excelencia de su producción artística se magullara y también con un trabajo en dúo con Fito Páez, tras el experimento fallido con Charly García.

Con Los Socios del Desierto reincidió en tener una banda y también con el formato de un trío poderoso, como el del primer Pescado Rabioso, hasta que volvió a su etapa solista.

Antes de partir, dejó los notables “Pan”, con un aire a Jade, y “Un mañana”, y también el concierto de Las Bandas Eternas, una suerte de obsequio ante una multitud, quizás anunciando tácitamente lo inevitable.

El bonnus track Los Amigos, un bello disco póstumo medio jazzero, se encargó de mostrar en los rincones de la Diosa Salvaje, su estudio de grabación, que hay muchas canciones por salir a la luz.

 

 

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