Escribió un cuento que une sus vivencias en México 1986 y Qatar 2022
A DOS AÑOS DEL MUNDIAL. El vecino Federico Guerra contó de qué manera transitó las copas y cómo se reencontró con su niño interior de 7 años gracias a la consagración de la Selección.
Un día como hoy, pero de 2022, la Selección Argentina gritaba campeón al consagrarse en el Mundial de Qatar. Pasaron exactamente 731 días de la épica final que significó la tercera estrella en el escudo de la Asociación del Fútbol Argentino. El periodista y escritor lomense Federico Guerra se inspiró en este nuevo aniversario y escribió un cuento sobre cómo vivió aquella inolvidable jornada, en donde también mostró un paralelismo con su yo de siete años, cuando siendo un niño pudo disfrutar del título logrado en México 1986 tras una caminata por Lomas que, por supuesto, repitió 36 años después.
En una charla con el Diario La Unión, Federico explicó que el cuento llamado "Un parlante a viva voz" surgió a partir del nuevo aniversario de la tercera estrella obtenida en el continente asiático. En el transcurso del cuento, el lomense muestra algunas similitudes entre los dos momentos históricos que vivió gracias a la Selección Argentina, con Diego Maradona y Lionel Messi como referentes. Por un lado, el acompañamiento de la radio y la voz de Víctor Hugo Morales, ya que Guerra escuchó por "ese aparato con seis pilas" ambas finales. Y por otro, la semejanza de los festejos, con las calles abarrotadas de vecinos felices por los logros deportivos.
"En el escrito mezclo un recuerdo de mi niñez del campeonato logrado en 1986 con una vivencia del Mundial de Qatar 2022: cuando triunfamos en México hice una caminata desde Turdera a la Plaza Grigera junto a mis padres, pero resulta que ese trayecto también lo repetí para celebrar el nuevo mundial varias décadas después", admitió.
En el escrito mezclo un recuerdo de mi niñez del campeonato logrado en 1986 con una vivencia del Mundial de Qatar 2022: cuando triunfamos en México hice una caminata desde Turdera a la Plaza Grigera junto a mis padres, pero resulta que ese trayecto también lo repetí para celebrar el nuevo mundial varias décadas después.
Para el lomense, el Mundial de Qatar 2022 fue una especie de revancha y de poder revivir todo lo que estaba en su interior, con aquel niño que fue feliz viendo a Diego Maradona consagrarse en 1986. "Cuando salimos campeones hace dos años sentí que debía volver a repetir esa caminata", acotó sobre los hechos verídicos que decidió volcarlos en un papel.
"En el recorrido fui disfrutando de cada cuadra y de todos los momentos, tratando de imaginar cómo lo viví cuando tenía siete años ya que, por supuesto, los recuerdos me llegan al presente sin tantos detalles y en forma de fotos aisladas", dijo, con cierta emoción.
En el recorrido fui disfrutando de cada cuadra y de todos los momentos, tratando de imaginar cómo lo viví cuando tenía siete años ya que, por supuesto, los recuerdos me llegan al presente sin tantos detalles y en forma de fotos aisladas.
Aquel niño, aquella radio, todo se alineó en el corazón y en la mente de Federico para poder expresar sus emociones y pensamientos en un cuento que está a disposición de todos los que deseen leerlo y compartirlo.
"Siento que el paso del tiempo es relativo. Si existen recuerdos felices, hay que atesorarlos para volverlos a repetir, sin importar la edad que uno tenga y tratando de dejar de ser tan formales, pero manteniéndonos siempre en el presente", cerró.
Mundial de Qatar - Un parlante a viva voz
Por Federico Gastón Guerra
El grito sostenido del relator en el gol de Messi en el tiempo adicional de la final de la copa del Mundo de Qatar es uno de esos sonidos, que tal melodía perfecta, quedará grabada en mí. Cada vez que necesito un estímulo vuelve ese grito armónico desde la radio a pilas, clásica de siempre. Imperecedera. Noble. Vibrante.
Sí. La final de la copa del Mundo Qatar 2022 entre la Argentina y Francia la viví por radio como todo el Mundial. Como todos los mundiales. Ese parlante vibrando a viva voz que se hace música y goles de repente. Aquella tarde de diciembre de sol hervido y calma en la calle. Esa cajita de música y palabras, como Aleph de cuento de Borges que me trajo todo lo que estaba afuera.
Víctor Hugo Morales por Radio Nacional me introdujo a ese estadio y a ese éxtasis que alargue y penales posteriores me llenó de sufrimiento y de una alegría tan inmensa que al terminar el juego derramé lágrimas de una felicidad que sólo el verse Campeón del Mundo puede entregar. Una electricidad dulce que sacude el cuerpo en una suerte de "Misión cumplida".
La familia no se perdió detalle entre la televisión y las redes sociales. Yo con el mate y la Spica, un antiguo receptor que fue tecnología de época que llevaban los hinchas argentinos a todas las canchas. ¿Será nostalgia? Será que el relato de radio es esa canción de fondo de los sábados y domingos que acompañó mi vida de futbolero. Esas voces que tallaron mi profesión y vocación.
"¿Qué hacés papá? Vení a la cocina", me insistía Emma Celeste, mi hija de 11 años. Y yo en el living con el ventilador y la radio. El partido fue amable en sus inicios y dramático hasta los límites de llevarlo a ser, sin dudas, la mejor final que se le pudo dar al mundo futbolero. Pero ahí estaban los nuestros, y son ellos nuestro ser nacional, patrio y nervios desesperados de latidos fuertes a ritmo de esa narración que iba y venía en las emociones.
Aladino eterno, bautizó Víctor Hugo Morales para siempre a un Messi que salió de una lámpara que frotaron millones de argentinos y habitantes del mundo futbolero. Ese cuento del desierto de Las mil y una noches que nos alcanzó con uno de los tres deseos que era el de salir Campeones del Mundo. Los otros dos, pueden esperar. Ya no tenemos tanta prisa.
Cuento estos detalles de aquella tarde y revivo cada palabra dicha en aquel micrófono en ese estadio lejano e insólito de Qatar. Siento que me abrazan esos gritos de gol que, como flechas, ya quedaron ahí en el corazón que también hace de memoria eterna.
En el fin de los penales salí lanzado a la calle. Ahí me encontré como en 1986 de la mano de Diego y aquellos otros héroes. Tenía 7 años en ese tiempo de alegría planetaria. Cierro los ojos y entonces me veo en la silla de cuerina lustrada de la cocina, esa que se fue corriendo a la velocidad en la que Diego dejaba en el camino a una pila de ingleses en la televisión del living de la casa. Hasta que una explosión llenó de gol para siempre ese recuerdo de mis pocos años. Aquello fue el cielo que llegó a mis manos. Una nube que se me hizo bufanda en aquel invierno y un Diez que nos abrazó a todos para siempre.
Ahora ya con 43 años sentí esas mismas veredas con el sabor del recuerdo que me trajo aquel ir con la mano de mamá y papá caminando en procesión de fútbol hasta la plaza central de Lomas de Zamora desde Turdera. Unas 30 cuadras que se hacían a paso de lágrimas y banderas.
Y la radio. Análisis, testimonios, la fiesta, las juntadas en cada esquina de allá y de acá en ese andar sin sentir el cansancio ni el calor de un diciembre bochornoso, pero tan celeste y blanco Fui solo a esa caminata. La familia se quedó a festejar con algunos amigos. Pero yo sentí la obligación, tal vez íntima promesa, de salir en caravana con aquel niño de 7 años que fue en 1986 a pasear y ver esa misma peregrinación de fe y agradecimiento, una vez más
La camiseta argentina como un inmenso cielo por sobre todas las cabezas del mundo, de los fantasmas y de los miedos, en esa caravana de diciembre de 2022 con los relatores gritando en la radio para que escuche Diego que andaba envuelto en ese festejo que fue mío, que es de todos... para siempre. Esa tarde aquel niño que miraba arqueado esa bandera argentina que se perdía en el firmamento de Turdera fue de mi mano saltando y festejando en medio de la calle.
Tal vez porque en el medio fuimos un puñado de alegrías, como un sube y baja emocional. Estoy seguro de que este Mundial de 2022 quedará en mí como en el de millones de argentinos como un desahogo necesario. En el rostro de tanta alegría y felicidad está el de aquellos que por primera vez vieron la Copa del Mundo en manos argentinas. Lionel Messi saltó de los cuentos y nos regaló, junto con todos los muchachos, como en el título de Ray Bradbury: "Todo el verano en un día". Toda la alegría así, junta, gigante, de antología.
Esa felicidad que, una vez más, me trajo esa cajita hecha de pilas y vibraciones que marcó mi niñez en el patio de casa, aquel que tenía un lavarropas redondo que daba de a medias vueltas y, creo, dejaba tanto jabón como manchas en los pantalones y camisas. El lavadero era un lugar que para mí tenía el sonido de esa caja de Pandora plateada que llenaba el lugar de goles y jugadas cercanas al peligro en el área. Una JVC con un enchufe pesado y grande más una antena larga que casi tocaba el techo era la compañía perfecta de sábados de súper acción y domingos de sabor a carne asada.
Era ese receptor el que me traía las voces de los relatores del ascenso de las emisoras grandes y de las más chicas, y la de Víctor Hugo que como decía la publicidad de El Gráfico "Cuando él relata Ud. lo ve".
Y ahí mate en mano con mi papá en el patio, las voces de la JVC llenaban de colores, sufrimiento y alegrías cada fin de semana. Y en esa final de Qatar todas esas melodías se unieron en un solo grito. Velocidad del recuerdo que se desplaza más rápido que la luz. Que nos baña de nostalgias, claro. Y nos empapa de aquello que fuimos y forjó este cómo somos.
Leí días antes de aquella epopeya mundialista que los receptores a lámpara se encendieron para el fútbol hace casi 100 años. El 2 de octubre de 1924 un Argentina Uruguay en el estadio de Sportivo Barracas dio el puntapié de la primera trasmisión de un partido por una broadcasting.
Los relatos fueron de Horacio Martínez Seeber, un radioaficionado interesado en el periodismo, y Atilio Casime, cronista del diario Crítica, quienes relataron las acciones desde una tarima sobre la terraza de los vestuarios. La curiosidad: en el estadio se repartían unos planos con el campo de juego dividido en cuadrículas con números. El narrador, sería un gran esfuerzo, decía por qué cuadrado de la cancha iba el jugador para que quien escuchaba pueda generarse una idea de dónde se desarrolla el partido para quienes no estaban habituados a estos espectáculos.
Cada palabra de ese ayer de la radio se unía con este puñado de jugadores que en el desierto qatarí eran los reyes y sultanes del fútbol. Pisadas y huellas que dejaron ellos allá y yo acá con mis ojos húmedos de sentimientos fuertes de ver a esos niños y niñas gritar con energía, por primera vez, por su país futbolero y sus hazañas.
Solo. Iba en silencio, pero acompañando los acordes de "Muchachos " y tantos hits que este deporte entrega cada semana en las canchas del país. Una colección de acordes se sumaba a mi vida de hombre feliz. Que estaba solo y esperando que esa noche sea para siempre. Que el crepúsculo sea amanecer eterno. Esa comunión de voces gastadas por la fiesta seguía sin aplacarse y en cada esquina se sentían tan potentes que superaban los gritos de esos goles de la radio.
Aquel grupo unido de jugadores del DT Lionel Scaloni nos regaló tanta sabiduría en un partido En ese encuentro que yo viví con mi Spica de siempre de seis pilas y un dial redondito que me sintonizó eso que yo quise escuchar. A ese relator de todos los tiempos y sus conceptos que se renovaban y eran metáfora dulce de un domingo de gloria y épica. Las palabras dichas valen más que una imagen cuando la dicción y el sentimiento se unen en una tarde extraordinaria de pasión.
Los últimos pasos cansados de las más de sesenta cuadras caminadas los di tan lentos como quien se fue a redescubrir su propia niñez, y no quiere volver. Aquel niño de 7 años siempre estuvo conmigo de la mano para no perderse. O tal vez fue que yo lo sostuve fuerte para que no se vaya. Para que papá grite conmigo, para que mamá me compre pochoclos. Porque esa fiesta de banderas era aquella de 1986. El tiempo se detuvo. La historia se unió al presente y no hubo futuro más que ese instante de radios, bocinas y niños y niñas de la mano y en saltos
Todo pasaba nublado y se humedecían los recuerdos. Lágrimas de felicidad que llenaba cualquier copa con el mejor vino de la alegría. Épico. Apenas quedaba resto físico para saltar un poco más y gritarle a todos que la razón es apenas una excusa para, tantas veces, encorsetar la pasión.
Al abrir la puerta, de vuelta de esa fiesta inolvidable, Emma Celeste me preguntó por dónde anduve. - Salí de un parlante que me recordó a mi abuela Nélida. Ella me regaló un receptor naranja cuando tenía tu edad, paseé con mi papá y mi mamá de la mano y me compraron pochoclos, agité banderas de la nostalgia mientras mis tíos me subían en andas. Recorrí la historia de la radio y me abracé con el relator en Qatar. Di la vuelta con los jugadores en el desierto lleno de banderas argentinas. Caminé en la cima de mis sueños. Agité mis brazos en la plaza de Lomas de Zamora. Y volví lento escuchando en éxtasis el relato de aquel gol de Maradona que se abrazó a Messi en unión para siempre
- ¿Me querés decir adónde fuiste, pá?, insistió mi hija. Ya te conté. Fui a dar la vuelta con los campeones del Mundo de Qatar. Y ellos saltaron conmigo y con ese niño de siete años que me sonrió todo el camino. Y con mi Spica que me habló siempre de hazañas y héroes. Me trajo todo lo que quería escuchar. Porque esa magia de Messi y el equipo se gestó dentro de mi caja de sonidos. Todo está ahí dentro, ese es el secreto Y ella me sonrió.