Un canillita que fue testigo de la transformación del barrio
un lomense con historia.
A los 10 años comenzó a ayudar a su papá con la repartición de diarios en una zona que tenía montes, campos y calles de tierra. El trabajo le permitió relacionarse con una gran cantidad de vecinos y conocer a personajes históricos.
En sus más de 50 años como canillita, Oscar Carrizo fue testigo de la transformación de una zona de montes, campos y calles de tierra a uno de los barrios tradicionales que hoy tiene Banfield Este. El trabajo le permitió relacionarse con una gran cantidad de vecinos y conocer a personajes históricos que vivieron y pasaron por la ciudad.
“Mi papá y mi tío eran diarieros, así que vengo de familia de canillitas. Cuando arrancaron con el reparto, en 1953, usaban un carro de caballo para llegar a los domicilios porque en esa época aún no existían los puestos callejeros, era todo campo y se complicaba transitar durante los días de lluvia”, recuerda el hombre a quien todos conocen como Cacho.
“La llegada de nuevos diarios, revistas y libros nos dio el envión para empezar a crecer. En esa época no había mucha televisión, bajaba la tensión de la luz a la noche y el único entretenimiento o pasatiempo era leer”, expresó Cacho, como todos lo conocen.
Este lugar, que en aquellos años se llamaba Monte Correa y actualmente lleva el nombre de Barrio Nuevo, empezó a progresar con las construcciones a cargo del Sindicato Ferroportuario.
El radio compuesto por las calles Granaderos, Peña, Gallo y Melo hasta Derqui fue uno de los primeros en los que se desplegaron los avances. “Las casas y numeraciones eran iguales, así que las identificábamos por las macetas o algún detalle particular. A los 10 años quería una bicicleta, mi viejo me la compró y me dijo ‘ahora te las tenés que pagar’”, cuenta entre risas Cacho, que trabajaba a la mañana con la repartición de los diarios a clientes que lo querían antes de las 7 porque se iban a trabajar y a la tarde, luego de descansar un rato en su casa, se iba a la escuela (la primaria la hizo en el Espíritu Santo y la secundaria en el Instituto Ricargo Güiraldes).
El mejorado de las calles con brea y la llegada de más gente al barrio era la oportunidad justa para apostar a un lugar fijo de trabajo que acompañe la repartición. Es por eso que, a fines de los ´60, la familia Carrizo abrió dos puestos: uno en Derqui y Pintos, y el otro en Pedernera y Roldán.
“La llegada de nuevos diarios, revistas y libros nos dio el envión para empezar a crecer. En esa época no había mucha televisión, bajaba la tensión de la luz a la noche y el único entretenimiento o pasatiempo era leer”, expresó Cacho, quien agregó: “El puesto siempre fue una referencia para los vecinos que venían a charlar con mi viejo, tomar mate y hablar de algún jugador de fútbol que los había sorprendido en la cancha”.
Con tan sólo 13 años, Oscar empezó a atender el puesto y a los 17 ya era prácticamente suyo. Esto le sirvió para comenzar a independizarse y hacerse cargo de sus gastos.
Tras estudiar un tiempo Ciencias Económicas en la Universidad de La Plata, en el ´73 le tóco ir la colimba dentro de la disciplina aeronaútica. Allí tuvo la oportunidad de realizar la custodia presidencial y conocer a Juan Domingo Perón. “Nos dividían en grupos para hacer las guardias y dormíamos cuando podíamos porque era un momento de mucha atención”.
Los años pasaron y hoy sigue manteniendo los dos puestos de diario con la ayuda de empleados. “Largo todos los días a las 4.30 con el reparto y el puesto lo abro entre las 7 y las 8. En el de Derqui tengo enfrente el Colegio San Juan de la Cruz y, a una cuadra, el Jardín 14, que son claves por la hora de entrada de los chicos. Siempre me gustó andar en la calle, manejar mis horarios y compartir cosas con la gente, aunque sé que es un laburo que te tiene que gustar porque hay que madrugar todos los días; y yo a veces ni dormía porque salía o me iba a bailar”.
A sus 64 años, la idea de Oscar es jubilarse el próximo año y seguir trabajando con menor frecuencia para disfrutar más de su familia. “No me puedo quejar de esta vida porque tengo un trabajo que me sigue gustando después de tantos años. A pesar de los avances tecnológicos, creo que nunca van a reemplazar al papel”, reflexiona.
GRANDES PERSONAJES. Además de relacionarse con los vecinos, el trabajo le dio la oportunidad de cruzarse con varias figuras que pasaron por Banfield y escuchar anécdotas que le contó su papá sobre Julio Cortázar, Julio Sosa, Juan Carlos Calabró, Alfredo de Ángelis, Florencio Sánchez, Elsa Rivas y Aníbal Troilo, entre otros. “Cuando cargábamos los diarios en el andén 4 de la estación de Banfield, Julio Sosa venía con su auto luego de actuar en las cantinas, se sentaba con una botella de whisky y se ponía a hablar con nosotros; y los fines de semana iba a cantar a la salida de Mi Club, donde la gente lo aplaudía”, cuenta Cacho.
Hasta el emblemático bandoneonista Aníbal Troilo fue a comer a la casa de su tío. “Mi tía era prima de Roberto Grela, que cantaba con Troilo, y un día organizaron un asado en la casa que estaba cruzando la calle Roma. Vinieron al mediodía y se quedaron hasta la madrugada tocando música”. Un verdadero l