Cómo “padecer” un viaje a China
PASIONES.
Tras haber cumplido 40 años y haber tachado más de una treintena de destinos tradicionales y exóticos por visitar en el mundo, uno puede presumir de haberse convertido en un viajero experto. Gran error. Hasta no haber visitado, disfrutado y sobre todo padecido China uno no ha pasado por la experiencia que otorga tal título.
¿Pero por qué “padecido”? Moverse por China de forma independiente es una complicación constante y no sólo por la barrera idiomática, que es tremenda, sino por la barrera cultural, esto es, los estándares de limpieza, la seguridad vial, el respeto ciudadano, las normas de etiqueta o las costumbres alimenticias, que hacen que uno abra los ojos todavía más grandes, se convierta en un occidental de mirada gigante y se distinga así de los asiáticos con mayor relieve.
Cuando el lenguaje hablado ya no es una opción, uno se imagina que podrá usar los gestos. Nada más falso. Señalar una servilleta (elemento casi inexistente en China) en un restaurante y poner cara de pregunta no servirá para que el mozo entienda que se está solicitando una. Y menos querer indicar un número con los dedos de las manos. Sin ganas de ser aguafiestas, esto tampoco funciona: los chinos no los indican como los occidentales y lo mejor es aprender ese “idioma” de antemano.
Tampoco se puede esperar que los semáforos en rojo y las sendas peatonales se usen para lo que fueron creados: los vehículos apenas se detienen si una persona quiere cruzar a pie una calle. Tampoco las colas de espera están para ser respetadas. El apuro hace saltar filas o vallas a los empujones sin que esto provoque el menor sobresalto.
Historia aparte son los baños públicos: la mayoría cuentan con letrinas cuya limpieza es deficiente. Por más foto que haya del responsable de la higiene de cada espacio, por lo general están sucios y no hay papel higiénico. Pero lo peor no es eso: en muchos no hay puertas y la postal se vuelve inolvidable.
Una cuestión llamativa son los escupitajos y el cigarrillo. Salivar en calles, ascensores, subtes o en la mesa del restaurante de un museo, por ejemplo, son costumbres muy extendidas y, de esta manera, ese sonido característico adopta la categoría de clásico, de igual modo que el cigarrillo inunda hoteles, taxis, estaciones y trenes.
Como extra, el occidental deberá estar preparado para ser convertido en un extraterrestre. Los chinos lo mirarán con una sorpresa sin disimulo, les pedirán fotos con ellos, le darán a su hijo para fotografiarlos juntos y luego subirán esas instantáneas como trofeos a las redes sociales para la diversión de los demás.
Finalmente, pedir la comida e ingerirla con palitos será la odisea más cotidiana y preocupante. Si no se tiene la suerte de encontrar un menú escrito en inglés o con las fotos salvadoras, la mitad de las veces no se sabrá qué se está comiendo, como tampoco cuánto hay que pagar cuando llega la cuenta. Además de los olores desconocidos, también es clave sobrellevar la imagen aterradora de animales encerrados en jaulas en las vidrieras que luego pasarán a ocupar el plato en la mesa.
Por eso, tras 40 años haciendo cruces en el mapa, la conclusión es que las habilidades para ser un viajero todo terreno se resumen a unas pocas: estoicismo y sentido del humor. Al fin y al cabo, la motivación por conocer nuevas culturas vale mucho más que un montón de “peros”.
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