Marruecos, un atardecer hacia el pasado
PASIONES.
El viaje por África que emprendí con una amiga arrancó en Marrakech. Llegamos un miércoles por la mañana y luego de intentar comunicarnos en francés con un marroquí, logramos entender cómo llegar al centro de la ciudad, más precisamente a la Plaza Jemaa el-Fnaa, a dos cuadras del hotel que habíamos reservado desde Madrid.
Las emociones que nos fue despertando esa ciudad bereber fueron variadas. Primero, cierto temor, más que nada por la mirada inquisidora de los marrakechíes. Después, ya perdidas en los inmensos mercados, nos sentimos invadidas por el constante acoso de los vendedores, y finalmente, cautivadas por una postal única de un rincón del mundo que al atardecer se transforma en el túnel hacia el pasado: los edificios rosados, la música árabe, los encantadores de serpientes, los vendedores de especias, las mujeres con sus pañuelos, turbantes y vestidos de todos los colores, y los puestos de comida que ofrecen pescados, tajines y cuscús. Definitivamente, aprendimos a amar a Marrakech. Entera.
Al día siguiente salimos para el desierto del Sahara. Tomamos una combi que compartimos con dos mexicanos, dos colombianos, tres neozelandesas, dos londinenses, un canadiense y una neoyorkina. En el medio, nosotras, dos simpáticas argentinas que animaron un viaje que tuvo de todo: palmerales, oasis, kasbahs (fuertes) y tormentas de arena, de lluvia y ¡granizo!
Hasta tuvimos que cruzar varios ríos crecidos que habían invadido las rutas. “Suerte Loca”, nada más oportuno, se llamaba el hotel en Merzouga, Erg Chebbi, a unos 40 kilómetros del límite con Argelia donde nos esperaba un Sahara que, luego de la lluvia, amaneció dorado y rígido. La intensa lluvia no nos dejó dormir en las tiendas y la noche compensó con baile, música y risas.
Los "dromedarios" nos llevaron por entre la arena a las 5 de la mañana en busca del sol. Fuimos envueltas en turbantes. Había que mimetizarse con los islámicos, quienes no dudaron en ofrecernos matrimonio y prometernos una vida llena de aventuras al norte de África. ¡Nada más lejos de nuestros deseos!
Finalmente, y antes de broncear nuestras pieles bajo el sol de Essaouira, la perla del Atlántico, como le dicen allá, volvimos a Marrakech, a esperar su tarde que devela contrastes, embriaga de aromas e invita a saborear un mágico pas