La historia de El Trípoli, un café de antaño, por Sergio Lapegüe

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Como todo buen argentino, mi bebida de cabecera es el mate. Soy fanático. Me gusta el mate porque nos acompaña en la soledad y nos une en la compañía. Los fines de semana, a la mañana, me tomo unos minutos para sentarme a leer el diario en el parque de mi casa con los pies tocando el pasto mientras cebo uno atrás de otro. Es una rutina que me ayuda a desconectar del ritmo agitado de la vida cotidiana de entresemana, a bajar un cambio. Es mi gran cable a tierra.

En la radio y el canal también tomo, claro. Pero muchas veces, sobre todo cuando estoy en la calle, moviéndome de un lugar a otro, me gusta parar a tomar un café. En Buenos Aires uno se puede tomar un cortadito casi en cualquier esquina. Lo comprobé en mis años en la calle como cronista, cuando buscaba un lugar para refugiarme entre guardia y guardia. El café, por supuesto, es otra excusa para juntarse.

Lomas de Zamora también tiene una larga historia cafetera. Hoy la mayoría de las confiterías están en Las Lomitas: desde locales históricos, como café París, hasta cadenas internacionales como Starbucks, en la zona gastronómica por excelencia del Partido podemos encontrar locales para todos los gustos. Pero hace poco más de un siglo, el punto de encuentro más famoso del barrio se llamaba El Trípoli.

El Trípoli quedaba en la esquina de San Martín y Castelli y tenía un toque mágico que lo hacía muy pintoresco. Al café, uno de los pioneros de nuestro Distrito, se entraba por la ochava a un gran salón en el que estaban las mesas y dos billares. A un costado había un lugar reservado para los habitués que buscaban intimidad. Y en el patio había además dos canchas de bochas, justo abajo de unos árboles.

El lugar les pertenecía en condominio a Álvaro González y Antonio Rezzano, pero el inquilino que lo regenteaba era Fermín Alfaro, un gran jugador de pelota a paleta. Hombre de pocas pulgas, Fermín no dudaba en sacar a patadas a cualquiera que se pasara de la raya.

Y lo hacía seguido: si bien la gran mayoría de los clientes de El Trípoli eran vecinos que disfrutaban de pasar el rato junto a amigos jugando al billar, a las bochas, al sapo o al pase inglés, el lugar también era conocido por ser una referencia para personajes un tanto problemáticos. Muchos de los asistentes eran conocidos guapos de época, que andaban bastante al margen de la ley, tomaban mucho más alcohol que café y se iban a las manos con frecuencia.

Después de la muerte de Alfaro en un accidente, a fines de la década del 20, las cosas se empezaron a poner feas de verdad y El Trípoli empezó su decadencia. Todo se desmadró en mayo de 1928, cuando el café fue escenario de un doble crimen: dos hermanos fueron asesinados a sangre fría por un hombre, según se supo, por cuestiones de mujeres. Aquel hecho, sumado a otra brutal pelea ocurrida meses después entre un policía y un cliente, marcó el principio del fin del Trípoli.

 

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