¿Del odio al amor?

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Es indiscutible reconocer que las personas cada vez son más dependientes de la tecnología. Vivimos tan interconectados constantemente con los demás a través de las redes sociales, mensajes constantes a través de diversas aplicaciones, que muchas veces evitamos el contacto directo. La llamada telefónica quedó lejos de la actualidad, y muchas veces, en el mismo trabajo, para hablar con quien tenemos al lado directamente mandamos un mail.

Muchas cosas quedan, a mi parecer, fuera de juego con este tipo de interacciones frías y calculadoras. Los mensajes son leídos, releídos y tan pensados que pocas veces dejan transmitir algo íntimo. Nos acostumbramos tanto a esta metodología que a veces nos alteramos ante una mirada fija o no encontramos la manera de entablar una conversación cara a cara.

No es de extrañar que cada vez tengan más éxito las aplicaciones desarrolladas para interactuar con el prójimo, sobre todo para encontrar una pareja que, calificada a través de estereotipos y categorías, sería la ideal. No obstante, no siempre suele ocurrir. ¿Quién dijo que a todas las parejas les va la misma fórmula? ¿Quién dijo que tienen que tener los mismos gustos o intereses? Quizá dos perso-nas que no tienen nada en común pueden llevarse bien.

En la era de la simplificación personal, una nueva aplicación surgió en el mercado. Se trata de “Hater”, un programa para celulares que permite buscar parejas -al gran estilo Tinder- pero categorizada por las cosas que uno odia. Al ingresar a un menú personal, además de los datos del usuario, el programa pedirá catalogar una serie de cosas, actitudes o estilos según la opinión personal, buscando sobre todo aquello que uno odia.

Cada vez que se abra la aplicación, aparecerán posibles canditos ponderados según la cercanía y la coincidencia de lo que odian, por lo que sería una “pareja ideal”.

Bajo el pensamiento de que el odio es una de las emociones que más moviliza a las personas, la aplicación pretende encontrar a dos seres que coincidan, que se lleven bien, que puedan tener una relación con un conocimiento mutuo previo y sin riesgos, evitando ese hermoso intercambio que se da en las primeras citas; el encanto de descubrir cosas en común, o bien diferentes, pero que pueden llegar a completarte.

El odio no lo es todo, los gus-tos en común tampoco. No se puede conocer a una persona según los estándares prefijados porque nadie responde a la misma norma que el otro a pesar de estar inmersos en una sociedad que tiende de estereotiparnos. Es hora de animarse a tirarse de cabeza en la pileta sin saber qué se puede encontrar en el fondo. Los miedos y las incertidumbres no siempre son algo mal.

Por Micaela Gómez

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