Siete años sin Sandro, el maestro de la balada
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Al margen de sus inicios más rockeros con Los de Fuego, el Gitano se pasó al bando de los baladistas y fue en este oficio uno de los mejores.
Sandro está justicieramente considerado como el “Elvis argentino”, aunque quizá podría ser el Presley de habla hispana; de todos modos, este cantante fue en gran parte de su frondosa carrera profesional un excelente baladista, quizás uno de los mejores de la mitad del siglo XX. Tal como le pasó al mismísimo Elvis y a Enrique Guzmán en México, muchos cantantes de rock & roll en un momento de su trayectoria bajaron los decibeles y dejaron atrás la pilcha de cuero por un smoking
para cantarle al amor, y vaya si Sandro brilló en este menester. Es historia conocida la de su precoz inicio con Los de Fuego en los albores de los ‘60 y quizá no lo sea tanto el Black Combo, un grupo que compartió con músicos de otra talla y que fue como una suerte de zona gris de rock a la balada. Mientras con “Alma y fuego” y “Beat latino” se despidió del rock, aunque nunca pudo abandonarlo del todo. “Quiero llenarme de ti” se editó en 1968, y cuando el rock argentino comenzaba a sentar sus bases, el Gitano se pasó al bando de los baladistas. Su estilo único tomaba elementos la
tinos, del bolero y de la música melódica tradicional con una postura rockera en escena a partir de sus movimientos, que escandalizaron a los pacatos.
UN ÍDOLO DE MASAS. Ya más cerca de Charles Aznavour que del primer Elvis, Sandro se transformó en un abrir y cerrar de ojos en un ídolo en todo el continente y en el mundo de la canción latina, peleando el liderazgo con el brasileño Roberto Carlos, el portorriqueño José Feliciano y
el español Nino Bravo, aunque este último tuvo escueto reinado por su muerte precoz. Mientras llenaba estadios en Argentina, como la vieja cancha de San Lorenzo y el Luna Park, fue el primer cantante latino en actuar y llenar el mítico Madison Square Garden, en Nueva York, en Estados Unidos, el 11 de abril de 1970. Este evento fue televisado vía satélite, un sistema utilizado por entonces sólo para las
transmisiones de eventos deportivos. Sus películas, algo pueriles a los ojos actuales, también atizaron el éxito de su carrera, que contaba con Oscar Anderle al mando de la ingeniería artística y promocional que no cesó de funcionar un instante durante los ‘70. En los ’80 supo guardarse en su casona de Banfield, el reducto del que era Roberto Sánchez, y volver al ruedo con ciclos exitosos en las salas porteñas. En la década siguiente repitió la estrategia, pero con apariciones menos frecuentes y ya acusando problemas de salud causados por su adicción al cigarrillo. Cuando no pudo desplegar su viejo potencial en las tablas, supo como nadie reinventarse como un showman, hablando con el público, contando anécdotas y también sumando a artistas invitados. Este ídolo de la canción romántica y de la balada había sido expulsado de la escuela secundaria en primer año, fue empleado metalúrgico, aprendiz de joyero y vendió damajuanas de vino con su padre en Valentín Alsina. Para algunos fue un grasa, pero el tiempo puso las cosas en su lugar, y el Gitano también fue el ídolo de los hijos de las mujeres que gritaban por él. Sandro falleció hace siete años, el 4 de enero de 2010, en Mendoza, y nadie pudo llenar ese lugar de ídolo.