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El pasaje generacional de los deseos y las frustraciones, en un espectáculo musical

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“El teatro es una gran partitura”, afirmó  Sebastián Kirszner, escritor y director de “El Ciclo Mendelbaum (100% musical)”, sobre esta obra que puede verse los viernes, a las 21, en (La Pausa) Teatral.

"El Ciclo Mendelbaum" es la historia de una familia atravesada por los mandatos, las expectativas sobre los hijos y el pasaje generacional de sus deseos y frustraciones. En esta obra, los Mendelbaum se reúnen luego de la muerte del zeide y la bobe para dividir los bienes. Con la música y el humor como telón de fondo, toman forma sobre el escenario las diferencias familiares.

“El teatro es una gran partitura, es una combinación de tonos, intensidades, ritmos”, afirmó Sebastián Kirszner, escritor y director de esta obra que fue reconocida como mejor musical en los Premios Florencio Sánchez y recibió nueve Premios Teatro del Mundo, entre ellos dirección y dramaturgia.

Kirszner ya estrenó trece espectáculos y en todos aparece la música como parte fundamental de la puesta. En general son obras con poca escenografía y pocos objetos, en las que la apuesta está en la actuación.

“En mi obra hay una fuerte influencia de algunos géneros teatrales como el grotesco criollo y el absurdo. Hay algo muy brechtiano también en el manejo de las convenciones, de cierto teatro pobre, usando el cuerpo del actor como elemento constructor de poesía, de lenguaje”,

¿Cómo surgió la idea de montar esta obra?

La obra surge como parte de un recorrido grupal, donde el motor es la búsqueda de un lenguaje que tiene que ver con lo colectivo, atravesado por el juego, la música, los estados de los cuerpos. Una dialéctica entre mi grupo de actores y yo, que ya conformamos algo así como un elenco estable.

¿Cómo fue el proceso de la escritura?

En general escribo una dramaturgia que luego se va a cuestionar en los ensayos. No me detengo demasiado, es un texto que rápidamente va a ser puesto en jaque por esos textos que salen de la gestualidad de los actores, de esos vínculos que explotan en el escenario y plantean nuevas narrativas, que no son más que una convivencia de textos, de relatos, de formas.

Tampoco están en el texto todos los personajes que van a conformar la puesta en escena, como los músicos, por ejemplo, y algún que otro personaje coral. El elenco sugerido en la dramaturgia era más grande que el equipo que veníamos trabajando, así que armé una audición para completarlo. La condición era sumarse a ese impulso grupal que venía buscando este lenguaje desde hace cinco años.

¿Y los ensayos?

Como es musical, son once artistas y además somos locales en el espacio -Kirszner es director artístico de (La Pausa) Teatral-, ensayamos casi todos los días, durante medio año.

En la historia del teatro nacional, el tema de las relaciones entre padres e hijos es muy recurrente. ¿Cuáles son las preguntas sobre lo generacional que atraviesan esta obra?

Hay algo de la identidad, de la búsqueda del ser como parte de ese conflicto. Aparece el deseo de los padres por la realización de los hijos: “mi hijo el doctor”, sumado al legado de la cultura judía y la expectativa de la continuidad. Eso se replica en tres generaciones: los abuelos en los padres, los padres en los hijos. Y finalmente el lugar de la profesión, la validez de un título universitario para constituirse como parte de la familia.

“Esta familia aspira más alto”, le dice el zeide al tío Silvio cuando está con sus amigos músicos. No hay lugar para la fractura, para agujerearse, para correrse del modelo.

¿Cuál es el aporte de lo musical al teatro y qué vínculo ves entre estas dos esferas?

La música es un elemento que interpela por completo al dispositivo teatral. Genera climas, le da una especie de colchón a esas tensiones que se ubican por delante, siempre en una estrecha convivencia. El teatro en sí es una gran partitura, es una combinación de tonos, intensidades, ritmos. La mezcla de ambos soportes es muy poderosa. Y si los músicos están en vivo y actúan, mejor. Se entrecruzan los lenguajes armando uno nuevo y eso el público lo vivencia. La experiencia es más rica.

¿Qué te llevó a decidir que uno de los jóvenes de la familia sea un animal y qué significa la presencia de este personaje en el relato?

El toro de la obra, que a su vez es el distinto, era una forma de generar un elemento de fuga, una pequeña ruptura que creara una nueva y gran convención: el primo es un toro. Se angustia y reflexiona como los humanos. Es el más puro y sincero, y el hecho de que sea encarnado por Augusto Ghirardelli, con el cual venimos en esa búsqueda de años, permitía que además sea un toro sobre la base de un actor que juega, que está generando poesía con su cuerpo, que entabla un vínculo poético con la cosa creando un poderoso meta-relato. Su presencia en la historia es desestabilizante porque representa lo más exogámico de la fami

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