Silvia Frías ganó el concurso lomense “Un momento en la ciudad”
organizado por el municipio. El concurso literario ?Un momento en la ciudad?, en el que participaron decenas de trabajadores municipales, concluyó esta semana. El cuento ?Nieve? resultó ganador del certamen. Aquí una entrevista con ella, y más abajo el cuento completo.
El concurso literario “Un momento en la ciudad”, en el que participaron decenas de trabajadores del Municipio de Lomas, concluyó esta semana. Allí se evaluaron distintos cuento o relatos breves de hechos reales o ficticios, que tomen por escenario algún lugar de Lomas.
Silvia Frías escribió el cuento “Nieve”, ganador del concurso- es trabajadora del Municipio desde 1999 y hoy se desempeña en el Dispensario de Temperley, donde se siente a gusto ya que le “interesa la cuestión social y trabajar con la comunidad.”
-¿Cómo es tu relación con la escritura? -La escritura es mi piel, soy yo la escritura. Desde chica escribo poemas y, luego, bueno todo aquello que es sensorial, que se huele, que se ve, que se siente, siempre necesité ponerlo en el papel.
-¿Cómo vivís la ciudad de Lomas? -Es mi ciudad, yo nací acá, vivía muy cerca del centro. Bueno, todo eso que tiene que ver con mi historia personal, es el nido, es el lugar donde uno nació y no sólo eso sino donde viví mis primeros años y tiene una importancia, hasta te diría, visceral”.
-¿De qué trata el cuento que escribiste, qué te inspiró? -Lo que escribí tiene que ver con recuerdos de la niñez, un poco aggiornados con lo que es ese mundo del niño que es completamente diferente al del adulto, que es un mundo muy especial donde todo es diferente y todo es posible. Yo lo que intenté con ese relato es que nos reconociéramos cada uno de nosotros en alguna parte, por eso no hay grandes detalles. Hay cuestiones que son más generales como para que, quizás, uno pudiese encontrar su lugarcito desde el recuerdo, desde la sensación y desde el sentimiento que nos une al lugar donde vivimos.”
EN CONJUNTO. La iniciativa fue impulsada por la Dirección de Capital Humano -dentro de la Secretaría de Modernización y Gestión Administrativa-, que capacita y motiva el bienestar de los empleados del Municipio. Fue en conjunto con la subsecretaría de Cultura (que depende de la Secretaría de Gobierno), a través de Literatura Lomas.
NIEVE
Conocí a Juanita cuando empezamos a compartir el pupitre de la escuela. Ella y yo nos
peleábamos por quitar la plasticola seca de la madera y luego hacerle dibujitos con el
pinche del compás.
Vivía a metros de mi casa, en la vereda opuesta, sobre la calle Almafuerte. Su mamá no
se hablaba mucho con la mía, era una señora coqueta de cabello tenso y amarrado en lo
alto de un rodete. Siempre llevaba las uñas prolijamente pintadas, hasta para ir al
mercado de Laprida y Azara, donde su marido tenía un puesto de verduras.
A veces, luego de clases le decía a Juanita que me invitara a tomar la merienda para
hacer juntas la tarea. Yo pedía permiso y cruzaba, pero antes de tocar el timbre miraba
por una de las ventanas que daba a la calle; si escuchaba el tecleteo del piano era porque
aún estaba practicando, entonces daba media vuelta y volvía a la estrecha cocina de mi
casa, pequeña y demasiado oscura para mis ansias de luz. Recuerdo sus pecas de media
luna sobre las mejillas pálidas que parecían desparramarse toda vez que se reía de los
proyectos maternos. ¿Concertista yo? Voy a ser escritora.
Un día estábamos mirando las salientes de chapa del techo del vecino que remendaba
zapatos y me contó que las palomas que andaban por el barrio se escondían en las
cúpulas de la iglesia durante el día pero anidaban en los árboles de la Plaza Libertad
porque en la Grigera había muchos ruidos.
Así es que algunas tardes y luego de avistar en vuelo la bandada, le pedía a mi abuela
salir un rato para ir al tobogán porque era época de pichones. No había logrado ver
ninguno, ni la cáscara de los huevos que cae al suelo cuando nacen. Y cuando se lo
contaba ella me decía que debía ser paciente, que la ansiedad no hace aparecer las cosas
así porque sí.
Una mañana de sábado doña Dora, su madrina, nos encargó comprar galletas marineras
en la confitería de la calle Boedo. En eso estábamos cuando se puso a hablarme bajito y
al oído porque estaba triste, se había enterado de algo que era un gran desastre... ¡ya no
había tréboles de cuatro hojas! Pegué un salto, la miré a los ojos y grité un “¡Oh!” tan
fuerte que el chico que estaba detrás se pegó un susto y soltó al cachorro que llevaba en
brazos. Es que ese era uno de nuestros pasatiempos, buscar los de cuatro hojas, ponerles
nombres y guardarlos en los libros que más nos gustaban. Pero ya no, agregó, los únicos
que quedan están guardados en la Biblioteca Mentruyt, en un ejemplar de El Quijote de
La Mancha. Según su información se hallaban entre las páginas de numeración impar de
dos cifras y solo concedían unos minutos para mirar sin tocarlos porque de tan frágiles
se deshacían.
Yo la veía poco durante las vacaciones de verano porque viajaba con mis padres a
visitar a la familia de mi mamá que vivía en la provincia de San Luis. Ella se llenaba de
sol en las costas marplatenses del Atlántico. Al regresar teníamos acordado escribir en
un cuaderno todo lo que habíamos descubierto, algo así como una bitácora de viaje.
Eran muy importantes los colores y los sonidos, los olores y las sensaciones.
Una vez intenté convencerla de que las masitas que se hacían en el campo eran más
ricas que las que comíamos acá, pero con enojo y frunciendo el entrecejo insistió que no
había nada más rico que los merengues de la confitería Gallardón y que cómo iba a
comparar si no sabía de qué estaban hechos. Entonces le pedí que me contara y así supe
de aquella maravilla. No son simples claras de huevo una y otra vez batidas y azúcar y
esas cosas, están hechos de copos de nieve, muy especiales, son cálidos, no se derriten.
Para entonces mi capacidad de asombro no cabía en el metro diez que me elevaba del
piso. Yo la observaba con admiración y le contaba a todo el que quisiera escuchar, que
ella era mi amiga.
El aleteo del calendario suele ser más ágil que el de un colibrí y en sus hojas también
hay algo de esa belleza. Entre un paso y otro ciertas presencias semillan el sendero que
transitamos y lo vuelven fértil. Es la geografía de los afectos y las circunstancias.
Ayer, junto al calor de la estufa después de un fin de semana crudo en este invierno de
2007, haciendo buen uso de un día feriado y patrio terminé de leer su última novela y la
llamé por teléfono.
Che Juanita, tenías razón. En media hora te espero al lado del monumento del General
San Martín, sobre Portela.
Están lloviendo merengues.
(SILVIA FRÍAS)
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