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Hillary Clinton y Bernie Sanders, los protagonistas del primer debate presidencial demócrata

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La competencia por el liderazgo del voto progresista entre la ex primera dama, ex secretaria de Estado y ex senadora y el gobernador de Vermont y ex senador definió anoche el primer debate entre los precandidatos demócratas a la presidencia de EEUU.

Las apelaciones de Sanders a ponerle fin al capitalismo "de casino" y el enérgico esfuerzo de Hillary Clinton para demostrar que sus planteos son más progresistas que los del neoyorquino, porque convocan más voluntades del estadounidense medio, marcaron el tono del debate que la cadena CNN retransmitió en vivo.

Sanders, socialista confeso, trató de luchar contra el estigma asociado a esa ideología atacando a la especulación desaforada: "¿Me considero parte del capitalismo de casino por el que tan pocos tienen tanto y muchos tienen tan poco? ¡No!".

Para él, Estados Unidos deberí­a seguir el ejemplo de política social de los paí­ses escandinavos como, propuso, Dinamarca, Suecia o Noruega.

Pero Hillary Clinton aprovechó el flanco abierto y se apoyó en la arraigada convicción excepcionalista de la cultura política popular estadounidense para defender el capitalismo: "No somos Dinamarca. Somos Estados Unidos", replicó.

Sin embargo, al mismo tiempo intentó captar en su provecho el giro a la izquierda del electorado demócrata que nada mostró mejor que el fulgurante ascenso en las encuestas de Sanders, un arquetípico judío progresista con fuerte acento de Brooklyn, tras haber comenzado su campaña con un magro capital electoral propio.

Clinton fue la primera oradora en el debate, y exhibió un gran aplomo, ganado en parte por los casi 25 años que viene desempeñándose en política.

Pero Sanders también salió ganancioso y fortalecido, especialmente tras tener un gesto comprensivo hacia su contrincante, hostigada desde los cuarteles más conservadores con un escándalo mediático relativo al manejo de sus cuentas de correo electrónico.

"Los estadounidenses estamos hartos de escuchar hablar de sus malditos e-mails. Basta de e-mails. Hablemos de los problemas reales a los que se enfrenta Estados Unidos", le dijo Sanders a Clinton, quien le agradeció sonriendo mientras le daba la mano.

De ese modo, el debate no giró en torno a asuntos personales cuyo impacto sobre la seguridad nacional de los Estados Unidos -más allá de la insistencia republicana- no parece haber sido especialmente grave, sino que se concentró allí donde Clinton y Sanders están más cómodos: la discusión estructural y de corte estratégico.

En su corazón estuvieron, así, las acciones pasadas de la candidata, como su apoyo como senadora a la guerra de Irak que ahora los demócratas denostan con todas sus fuerzas o sus bandazos en materia de libre comercio (donde pasó de apoyar fervorosa a atacar el ahora mal conceptuado Tratado Trans Pacífico).

Clinton trató de mostrarse como la continuadora de las políticas de Barack Obama (cuando le preguntaron en qué se diferenciaba de él respondió que de ser elegida, sería la primera presidenta mujer de los Estados Unidos), y replicó a los cuestionamientos diciendo que todos los panelistas habían cambiado de posición sobre temas cruciales a lo largo de sus carreras.

En lo propositivo, la única mujer del panel prometió subir el salario mínimo (una propuesta que viene ganando fuerza entre los progresistas de Estados Unidos es la de llevarlo a 15 dólares la hora), reducir la desigualdad y conceder diversos beneficios a las familias de bajos ingresos.

También buscó el voto de las minorías negra y latina, ante las cuales se comprometió a ponerle fin a las tensiones racistas y reformar el sistema penitenciario, privatizado hoy en gran medida y en cuyas celdas latinos y negros son una abrumadora mayoría.

Sanders, por su parte, lanzó una serie de ideas fuerza concentradas en consignas breves y contundentes.

"No es el Congreso el que controla a Wall Street, sino Wall Street quien controla al Congreso", denunció, y subrayó que el país necesitaba una "revolución política" para que no vuelva a suceder lo que pasó bajo Barack Obama, que después de la crisis de 2008 inició una regulación del sistema financiero que, alegó, no logró reducir el control corporativo de la política estadounidense.

"Fue un error pedir a la clase media que pagara la deuda de Wall Street", añadió, y se concentró en la creciente desigualdad de ingresos que azota al país más poderoso del planeta.

"En una economí­a como la nuestra está mal que el 57 por ciento de los nuevos ingresos vayan a parar al 1 por ciento de la población", agregó.

Sostuvo además que era un grave problema el hecho de que las campañas electorales de los aspirantes a la presidencia dependieran de los apoyos de ese sector del país.

Un rasgo distintivo de la campaña de Sanders es que al menos hasta ahora se basa en multitud de modestos aportes individuales y no en colaboraciones pactadas con los "lobbies" y grupos de presión de las grandes empresas, en especial del sector financiero.

"Bernie" Sanders, además, incurrió en una fuerte disidencia con la política de la actual administración demócrata, cuando elogió sin reparos a Edward Snowden, ex espía que reveló las dimensiones de la intrusión en las libertades individuales de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y ahora está refugiado en Moscú.

Snowden, dijo, violó las leyes, pero "lo que hizo por educarnos debe ser tomado en cuenta".

El gobernador de Vermont prometió que si llega a la presidencia terminará con los programas de espionaje masivo que la NSA puso en marcha tras los atentados del 11-S.

El gobernador de Maryland, Martin O'Malley, planteó profundizar las medidas sobre inmigración que impulsa Obama.

Por otro lado y, junto a Clinton y Sanders, denostó crudamente a la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), en un país conmovido por una seguidilla de tiroteos entre ciudadanos que tienen garantizada la portación de armas por enmienda constitucional.

Jim Webb, que puso en juego todo el tiempo sus antecedentes militares, y Lincoln Chafee, de actuación deslucida, apenas si rellenaron los pocos minutos que dejaron libres los dos contendores de mayor peso.

Una incógnita es la actitud que tomará finalmente el actual vicepresidente, Joe Biden, quien deberá tomar en cuenta la lucida participación de Hillary Clinton ayer antes de ingresar al ruedo, mucho más sólido y ordenado que el que presentaron en sus encuentros los precandidatos republicanos.

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