PERTENENCIA Los clubes nacen con la llegada de los inmigrantes y se convierten en un espacio fundamental en la construcción de lazos sociales y comunitarios.
Hola de nuevo, amigos de La Unión. Hoy les quiero compartir un texto sobre el querido Lomas Social, el club de mi barrio; el de toda la vida.
Cuando entro al club, ubicado en Las Heras 646, se me mezclan los recuerdos con el presente. Me hice socio a los 13 y la pileta en los veranos era mi oasis. No sólo para mí, sino también para mis amigos de la ENAM.
Durante 15 años, todos los martes y los domingos a las 19, fue la cita ineludible para el "fulbito". Casi, casi, más importante que ir a ver a nuestras novias.
La pasión por el fútbol con mis amigos la repartíamos en la canchita de la terraza, y en los clubes River del Sur de la calle Paso y en el Defensores de Banfield. También íbamos a la pileta y a jugar tenis al Country de Banfield.
Los clubes de barrio tienen eso que no tienen otros clubes, los más grandes. Han sido históricamente espacios de encuentro y socialización. En mi caso, una especie de segunda casa, por lo afectivo y lo familiar: en el Lomas Social festejamos muchos cumpleaños y, por ejemplo, el bautismo de mi hija Micaela. Y hoy, tantos años después, todavía sigo yendo al gimnasio casi todos los días.
El club de barrio nace a principios del siglo XX y tiene que ver con la llegada de los inmigrantes. El club como lugar de encuentros fue un espacio fundamental en la articulación y construcción de lazos sociales y comunitarios.
Su historia los define de pies a cabeza: lugares típicos para festejos sociales, prácticas deportivas y bailes de carnaval. Es donde los pibes le juegan un picadito al tiempo, donde los padres comparten un buen mate, donde los más viejos disfrutan un partido de truco, de charlas y copas de arrabal.
Sus mejores épocas fueron los años 40 y 50, cuando la Capital Federal y el Gran Buenos Aires contaban con más de 1000 instituciones de este tipo. Hoy, un desafío que espera en cada barrio es una cuota de aire fresco, para que las bochas sigan rodando, para que el ajedrez siga siendo el juego de mesa, para que el picadito siga llenando de gritos las tardes.
Y para que los abuelos sigan yendo con sus nietos y los pibes se sigan encontrando en el deporte, aun a pesar de las nuevas tentaciones modernas como la computadora, el celular y las consolas de videojuegos.
Por suerte, cada vez que entro al Lomas Social percibo que todavía permanece eso de hacer algo por el barrio. Siempre hay alguien que quiere construir en positivo. Siempre hay alguien al que le importa como única recompensa que los colores del club estén lo más arriba posible y tener un lugar en el que seguir contando viejas historias que se agranden todos los días.
Amigos, es nuestro deber mantener ese legado. Por nuestros abuelos y nuestros padres, pero también por nuestros hijos y nuestros nietos. Hasta la semana que viene.