lanzamientos Fue escrita durante los días de encierro y tedio de la pandemia y cuenta desde su infancia y adolescencia en Rosario hasta entrados los '90.
Fito Páez presenta "Infancia y juventud", una autobiografía escrita durante los días de encierro y tedio de la pandemia, en la que recorre una infancia arropada por dos mujeres cálidas y omnipresentes en Rosario pero también marcada por la muerte, la forma en la que la música llegó para cambiar su existencia, el delirio de los años de éxito y creación y la forma en la que construyó una tribu que lo acompaña en la intimidad y la creación.
Cuenta en el prólogo que fue necesario que llegara el tiempo excepcional de las restricciones pandémicas para que evaluara por primera vez seriamente el llamado insistente de su amigo Nacho Iraola, el entonces director de Planeta.
El tiempo libre y la desesperación fueron el terreno donde se abonó este libro. Ahora no tenía argumentos para escaparme de mi insistente editor planetario. `Dale, ya no tenés excusas?, me decía Nacho detrás del teléfono, con su voz agitada plena de entusiasmo. `No voy a hacer eso, amigo. ¡No tengo capacidad física ni intelectual para meterme allí!, relata en las primeras páginas del texto que empezó a trabajar una noche con el recuerdo de las visitas a la tumba de su madre junto a su papá en la primera infancia.
El autor recorre en las primeras líneas del libro el Macrocentro de Rosario y las calles por las que circuló durante su infancia, en una invitación al lector a conocer a los personajes, los olores y las escenas de aquel Rosario de los 70 y 80.
Luego de que su madre Margarita muriera de cáncer con solo 32 años, quedó al cuidado de su abuela Belia y su tía abuela Pepa, las que instauran el cálido matriarcado que lo arropó en los primeros años.
Repasa las tardes en el cine junto a su padre, los partidos de Newell's junto a su amigo Claudio, la sensación que tuvo de haber descubierto el amor la primera vez que visitó la cancha de Central y los días en la escuela secundaria.
Confiesa, además, en qué medida el deslumbramiento de un concierto de Charly García y de Luis Alberto Spinetta influyeron en que eligiera la música como camino y cómo llegó a excitarse durante las clases de piano de la voluptuosa señora Bustos con quien practicaba la Marcha turca de Mozart o el Para Elisa de Beethoven. Fue después de dos años en el Conservatorio Scarafía, que se animó a abordar el piano familiar para hacer lo que él quería: acercarse a la música como lo hacía Charly.
En la segunda parte del libro, Juventud, recupera aquellos primeros días de la primavera alfonsinista junto a Fabiana Cantilo -la primera de las heroínas del amor que tuvieron que convivir con ese niño y su madre muerta- y Charly, tras haber sido parte de la banda de Juan Carlos Baglietto. Cuando Charly me presentó, se produjo una cerrada ovación. Había un rosarino en esa máquina del futuro. El chauvinismo rosarino es un sentimiento muy particular. Se hace notar de una forma muy impúdica. Y como todo comandante en jefe, conocedor de los protocolos emocionales de la vida pública, Charly me presentó último, para que yo sintiera ese aplauso como un signo consagratorio, recuerda sobre la primera vez que su ciudad natal lo vio en el escenario con García.
Tras relatar anécdotas sobre la grabación de su primer álbum solista a los 21 años, Del 63, y de dejar entrar al lector en la intimidad compartida con Cantilo, Páez emprende la difícil tarea de intentar compartir con el lector algo del inasible mundo de la creación. Cuenta que compuso Yo vengo a ofrecer mi corazón con papel y birome en un comedor y que fue de las pocas canciones que compuso en las que surgieron letra y música en paralelo.
Versátil para relatar aquellos años, abandona el devenir confesional y asume el rol de narrador cuando se distancia de la escena para contar con detalles cómo asesinaron a sus abuelas y a la mucama embarazada en la misma casa de la calle Balcarce en la que lo criaron y cómo debió esperar en Río de Janeiro que avanzara la investigación ante la advertencia de que los investigadores intentaban involucrarlo para encontrar un móvil. Sobrevida llama a los días que siguieron a aquel triple femicidio.
En una casa pequeña en José Ignacio, que en el verano del 92 todavía era una suerte de pueblo de pescadores cercano a Punta del Este, compuso El amor después del amor bajo la mirada atenta y cómplice de la actriz Cecilia Roth, quien años después se convertiría en la madre de su hijo Martín. Tener tiempo, dinero, conocimiento y audacia parece una combinación imbatible. Porque cuando falta alguno de estos elementos, la causa corre el riesgo de perder mística o rigor. O puede pecar de falsamente ambiciosa. Sin estos elementos en perfecta conjunción solar, hubiera sido imposible realizar `El amor después del amor?. Había una sensación en el aire de estar haciendo algo especialísimo, recuerda sobre el proceso de composición de los temas del álbum con el que hizo los míticos once Gran Rex a los que siguieron dieciséis conciertos en tres ciudades y dos países en el lapso de dos meses, antes de terminar 1992.
Hacia el final del texto, que cierra con los conciertos de Vélez en el 93, repara en que ni su trayectoria ni las historias recuperadas hubieran sido posibles sin su tribu. El agradecimiento, acá, se torna explícito: Quiero agradecerle a mi país el haberme permitido el beneficio de la aventura. Las mieles de la odisea. El tiempo muerto que necesitan las palabras y la música para llegar al corazón de los otros. Aquí quiero agradecer a mi tribu el premio que me dieron esa noche, recupera y, sobre el final, promete seguir dando cuenta de aquella odisea.