La primera comisaría en Lomas y una escandalosa fuga de presos

RECUERDOS Fue creada el 30 de junio de 1876. El progresivo y constante aumento de la población obligó a mejorar la infraestructura del servicio policial. 

En 1988 se resolvió construir nuevos calabozos.

En días convulsionados, refugiarse en el barrio y sus historias surge como una alternativa para viajar en el tiempo y descubrir más sobre los hombres y mujeres que dejaron una huella en Lomas de Zamora. En más de una oportunidad nos referimos a los pioneros que ayudaron a levantar la gran ciudad en la que hoy vivimos. Con los años llegó el merecido reconocimiento para estos primeros pobladores, presentes por siempre en el nombre de calles, plazas públicas o instituciones del partido.  

Don Francisco Portela, nieto de don Tomás de Grigera, fue designado el 28 de noviembre de 1861 primer juez de Paz (intendente) del partido recién creado en la provincia de Buenos Aires. Antes de ser nombrado juez, levantó la primera escuela de Lomas y durante su gestión también organizó la primera partida policial, que contaba con seis soldados y un sargento. 

La primera comisaría de Lomas de Zamora fue creada el 30 de junio de 1876, siendo designado comisario Rodolfo Venzano. La dotación se completaba con la asistencia de un vigilante. Obviamente, semejante cantidad de efectivos para ofrecer un servicio de seguridad a la comunidad fue simbólica y al poco tiempo se armó la Partida de Policía, con más hombres y recursos, funcionando en el edificio de la Municipalidad. 

El progresivo y constante aumento de la población local también trajo el incremento de problemas sociales y los delitos. Esto obligó a mejorar la infraestructura del servicio policial. En 1988 se resolvió construir nuevos calabozos para recluir a los reos que eran detenidos y juzgados por vulnerar la ley. Como el espacio destinado a la policía quedó chico y poco operativo en la comuna, se resolvió trasladar la Comisaría de Lomas a una vivienda de la calle Sáenz, entre Azara y San Martín, propiedad del vecino Ernesto Iriarte. 

Lejos de resolver rápidamente los problemas con el alojamiento de detenidos, hubo situaciones bien elocuentes de la precariedad con que se trabajaba por entonces en la seguridad púbica. Algunos detenidos incomunicados perforaron las paredes de los tres calabozos existentes en la comisaría y los comunicaron entre sí y el único baño del lugar.  

Esta situación se complicó aún más cuando los presos hicieron un boquete en la pared medianera de la comisaría y se escaparon una madrugada por el comedor de la casa vecina. La fuga generó un gran escándalo en Lomas y las autoridades tomaron cartas en la asunto: se trasladó la comisaría a la calle Laprida 622, un lugar más seguro y apropiado para brindar seguridad a la población lomense. 

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