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Visita al mundo de las araucarias

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Mundos Personales

Por Mauricio Amaya

Hace algunos años, una amiga que se crió en Neuquén me hizo conocer la canción “Piñonero”.

Con su guitarra interpretó una dulce versión de esta composición de los hermanos Berbel, que cuenta la historia de un muchacho que viaja desde el pueblo de Moquehue hacia Aluminé, y que anhela para el final de sus días “aunar su sangre” con la sabia de un Piñonero.

No olvidé jamás esa canción. La vida y la búsqueda inconsciente quizás de esa imagen me llevaron este año a conocer las tierras de los Piñoneros, en Neuquén.

Así, en mis vacaciones visité Aluminé, Villa Pehuenia y Moquehue, tres paraísos cercanos a la Cordillera, plagados de esos hermosos y imponentes árboles milenarios, también conocidos como araucarias.

Este tipo de árbol, que puede alcanzar hasta 80 metros de altura, crece en ambos márgenes de la Cordillera en esta región, y habría sobrevivido al período de glaciación.

Los pehuenches (gente de la araucaria), una tribu mapuche de esta zona, basó su alimentación en la recolección de semillas y piñones (fruto de la araucaria). Durante esos días, disfruté de los distintos lagos y ríos, pero también de largas caminatas, cabalgatas y subidas hacia un volcán o un territorio mapuche.

Junto a mi compañera, disfrutábamos y nos estremecíamos con cada paisaje y aventura. Incluso, llegamos a perdernos en un bosque de piñones, encontrándonos inesperadamente con liebres y ciervos.

En Villa Pehuenia, además, disfrutamos de comidas autóctonas, como sorrentinos de trucha y chivito al horno.

El clima nos hizo olvidar enseguida el calor húmedo y pesado de Buenos Aires, ya que en la altura cordillerana el frío se hacía sentir por la mañana y la noche, cuando nos refugiábamos en una cálida cabaña de madera, rodeada de piñoneros.

A lo largo del viaje, volvía constantemente a mi mente la letra de la canción, y su poesía se volvía más palpable y profunda.

“Piñón, fruto de otoño, mi instinto me llevó a vivir de ti, volviendo con tu sueño de madera el mundo que quisiera para mí, guardame en el recoldo de tus siglos, yo sé que muerto allí, no he de morir

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