La Unión | Maestro ciruela

Olfas y manzanas

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En todos los cursos de las escuelas argentinas hay al menos un olfa, esto no falla. Los alumnos o las alumnas que antes le traían la reluciente y roja manzana a la maestra sigue existiendo en la actualidad.

A pesar de que hayan dejado de ofrendar el mencionado producto frutal rionegrino y tenga otras formas más modernas de ser olfa, ese tipo de estudiantes no corre peligro de extinción.

La o el olfa, fiel a su espíritu, será el primero en saludar al docente ante un aula que aún no notó su presencia. Desde ya que no tendrá pruritos en elogiar la elegancia al vestir del profesor (aunque no la tenga y se ponga la misma camisa de siempre) y en asegurarle a la profesora que la queda divino el nuevo corte de pelo, a pesar de que luzca un ridículo peinado demodé.

También les preguntará cómo le fue el fin de semana y hasta estará al tanto de cómo salió el equipo favorito del profesor, a pesar que el de Historia simpatice por Guaraní Antonio Franco de Misiones. También será el primero en estar siempre listo para lo que necesite, al pie del cañón, firmes como los granaderos que están paraditos en la entrada del Cabildo.

Por este motivo, correrá presuroso en procura de tizas, borrará el pizarrón en un abrir y cerrar de ojos y será un as para ir a buscar el temario a preceptoría y traerlo al aula en tiempo récord, entre otras tareas propias del olfa.

Las y los olfas no pueden con su genio, es algo que tienen incorporado casi de fábrica y es muy posible que lo sigan siendo durante toda su larga vida con sus jefes y superiores, es algo casi inmodificable en sus conductas cotidianas.

Además, esta clase de alumno no toma actitud para sacar provecho o para congraciarse con el docente para que le sume los 50 centésimos que le faltan para lograr un 7, es olfa porque sí, lo hace en forma totalmente altruista y desinteresada.

Ojo, que ser olfa no es sinónimo de ser buchón. El olfa tiene códigos y principios y jamás se transformará en un correvaydile o un delator de sus propios pares.

Además, por su condición de olfa, tiene que soportar a sol y a sombra las constantes burlas crueles de sus compañeros de curso que lo acusan sin piedad de chupamedias, alcahuete, oreja y otras expresiones malvadas propias del estudiantado.

Cuando el docente tosa por alguna garraspera de garganta, ahí estará el olfa para ofrecerle de inmediato una pastilla de menta o de miel, sí señor, ese es un olfa es estado puro.

Olfas hubo muchos, sigue habiendo una nutrida cantidad y esta especie de estudiante no se agotará tan fácilmente en el futuro.

 

 

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