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Las mesas de diciembre. Parte II

Gajes de oficio.

Hace poco y nada, la semana anterior, desde estas líneas hacíamos mención sobre aquellos alumnos que sufren un verdadero cambio de postura en las mesas de diciembre.

La onda es tratar de implementar una estrategia válida para aprobar (o al menos zafar, que no es poco) de la materia que se llevaron a examen. Además de estos chicos y chicas, hay otros aún peores que se tiran directamente a la pileta sin haber estudiado nunca, ni en durante año, ni para la mesa de diciembre. Un piletazo desde el trampolín más alto.

Con total descaro, llegan a un examen oral o escrito sin tener la menor idea de los contenidos que incluye la materia, casi que conocen el nombre de la asignatura, el del docente en cuestión y paremos de contar.

Con una cara de póker asombrosa y con cara de “yo no fui” se presentan ante la mesa con la intención de que el docente se apiade de ellos, mucho más de la cuenta y de lo que quizás merecen.

Esperan, casi en forma milagrosa, que se los ayude muchísimo para que llegan a aprobar la materia a la que asistieron a la correspondiente mesa. En definitiva, lo que quieren es que les regalen esa asignatura, como una suerte de obsequio navideño entregado por adelantado y sin la necesidad de la presencia del barbado Papá Noel.

La modalidad evaluativa permite a los alumnos elegir un tema para que puedan explayarlo a placer, como para arrancar el examen con el pie derecho.

A pesar de esta aparente ventaja, apenas hilvanan ideas sueltas e inconexas y el 4 que esperaba ese alumnos ya empieza a hacer agua como el Titanic luego de impactar con el iceberg.

Este piletazo, además, provoca  ganarse rápidamente el mal humor de los docentes de la mesa, que encima ya conocen las andanzas habituales del evaluado y sus reiterados intentos fallidos de aprobar sin estudiar.

Luego, no puede romper el silencio en la primera pregunta y mantiene el mutismo en la segunda, y tampoco en la tercera, que es la definitoria de su suerte.

Si el examen es escrito, golpetean la lapicera contra el banco con un tic nervioso que se torna insoportable para el resto, miran un poco el techo o por la ventana que da al pasillo y entregan la hoja en blanco, o casi.

En ambos casos, el milagro no se concreta (ni se concretará tampoco) y van a escuchar la misma frase lapidaria del profe: “Fernández, estudiá y volvé en febrero querés. Pero estudiá, ¿eh?”.

Con el intento fallido de zafar sin haber agarrado un libro, Fernández (o el que sea) se irá por el pasillo con la cabeza gacha, sabiendo que tiene revancha en febrero, pero no le quedará otra que ponerse a estudiar, está vez no hay piletazo que va

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