La Unión | Maestro ciruela

Los que no dejan de hablar

Gajes del oficio.

Sin la sana intención de andar por ahí pidiendo lo imposible, sabemos que el mutismo total de los alumnos en clase es una utopía. Pedir que nadie abra la boca cuando no corresponde es una quimera grande como una casa.

Partiendo de que no se puede lograr que no vuele una mosca durante una exposición magistral y que el silencio sea inquebrantable, se hace la vista gorda ante breves coloquios entre compañeros de banco o en algún comentario mínimo, pero todo tiene un límite, ¿o no?

Desde la aprobación de la Ley General de Educación en 1884 que toda clase del territorio nacional tiene una charlatana o un charlatán compulsivo, sin que medien marcadas diferencias de género entre ellos.

Los charlatanes son muy particulares y hasta parece que vinieron así de fábrica y que se fueron perfeccionando con el correr de los años, mejorando considerablemente en su insoportable actividad parloteadora.

Pero para el charlatán, el contenido de su conversación es lo de menos y no lo hacen ni siquiera para cerrar un tema que quedó pendiente del recreo, el punto central es que no pare nunca el parloteo constante y zumbón durante la clase.

Tampoco le interesa llamar la atención del grupo ante los regaños constantes del docente que le pide una y otra vez que cierre la boca, lo suyo es hablar porque sí y a otra cosa mariposa.

Pueden hablar de la última serie de Netflix o de la peli que dieron anoche en la tele, del partido que se vendrá el fin de semana, de que discutieron con los respectivos padres, de lo que tienen ganas de comer, y sigue la lista de los temas posibles.

Ni siquiera dejan de parlotear en la clase de Educación Física, al punto de no prestar atención mientras practican cualquier deporte, recibiendo las quejas de sus compañeros de equipo.

Además, muchas de estas radios con forma de alumnos no ven mermado su desempeño escolar por la desatención que genera su charla incesante. Inclusive, algunos de ellos han llegado a portar (inflando el pecho) la Bandera en actos patrios para sorpresa de propios y extraños, con unos cuantos 10 en el boletín.

“Carla, silencio por favor”, insiste una profesora de secundaria a una parloteadora alumna del fondo que nunca deja de hablar, aunque esto es ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, o no tanto.

 

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