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Hace 75 años nacía Sandro, un ídolo inoxidable

Rescate emotivo .

Una mirada sobre la vida, la obra y el mito del Gitano, al cumplirse 75 años del nacimiento del Elvis Presley del cono sur, histórico vecino de Banfield.

Sandro tenía la envidiable cualidad: mientras las mujeres bramaban por él y hasta llegaron a arrojarle la ropa interior, los hombres lo admiraban y venían en la figura pícara del Gitano a un cómplice y a un camarada de cualquier noche larga de ronda, algo que tan sólo pudo lograr también Tom Jones y alguno más.

Además, mientras Johnny Hallyday, en Francia, Bobby Solo, en Italia, y posteriormente Dean Reed, en el bloque soviético, se encargaban de emular y hasta de intentar clonar a Elvis Presley, Sandro se ponía en la piel del Rey del Rock & Roll, pero con la viril estampa de la fabril Valentín Alsina, donde abundaba “navajas y cadenas”, según confesó el músico sobre las tentaciones que deambulan y en las que no cayó gracias a la música, algo que también él mismo admitiría mucho tiempo después.

En los ’60, Sandro fue rockero antes de este movimiento arrancara como tal en Argentina, y con sus movimientos en épocas de Los de Fuego hacía enrojecer a las señoras pacatas que veían al propio Satanás en ese muchacho enfundado en ropa de cuero que se tiraba al piso en una suerte de danza ritual.

En ese grupo iniciático Sandro llegó a ser la primera guitarra, a pesar de no ser un gran virtuoso en la materia, y hasta el bajista debió construir su propio instrumento, porque escaseaban o era altamente costosos.

Al igual que el mexicano Enrique Guzmán, el cantante de los Teen Tops, un día el Gitano dejó el rock y los pantalones de cuero para transformarse en un genial baladista y un intérprete de distintos ritmos latinos, ya vestido de traje y corbata y con músicos profesionales al lado.

A pesar del viraje de estilos y de estética, Sandro siguió siendo el mismo pibe de los suburbios y se lanzó a la conquista de América, convirtiéndose en un ídolo en todos los países de habla hispana y hasta llegando a ser el primer cantante en español en cantar en el mítico Madison Square Garden de Nueva York.

Tal como pasaba con los cantantes anglosajones, Sandro se reconvirtió en actor para protagonizar un tendal de películas que tenían la intención principal de difundir su música y llagaban a las salas en paralelo con el lanzamiento de los discos.

El Gitano hizo un culto de su vida privada, en principió porque contractualmente no podía mostrarse con parejas en público para no hacer harina la ilusión de sus fans, y luego por propia decisión.

Fue entonces cuando Sandro se autorrecluyó en su mansión de Banfield, donde volvía a ser Roberto Sánchez para caminar descalzo en su jardín y para descorchar algunos de sus mejores vinos en compañía de un selecto grupo de amigos.

Sólo salía de la casona de la calle Berutti para sus maratónicos shows en salas porteñas y para brindar contadas entrevistas televisivas, porque prefería quedarse en la paz que le daba esa especie de Graceland banfileña antes de andar buscando ser tapa de las revistas del corazón.

Su obra fue menospreciada por ciertos elitistas, pero el tiempo puso las cosas en su lugar y esas películas de bajo presupuestos son hoy objetos de culto kitch y los rockeros de las nuevas generaciones vieron a Sandro como a un par y hasta le dedicaron un disco tributo.

Su vigencia se demostró en el éxito que tuvo la serie que recorrió su vida y la constante repetición de sus películas.

Sandro este miércoles cumpliría 75 años y a poco más de una década de su muerte su figura muestra una vigencia inoxidable y aún envuelta en el halo de misterio, él que el mismo le gusto crear enfundado en su bata, con su guitarra favorita, con un atado de cigarrillos a mano y con un (buen) whisky sobre la m

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