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"Mi mujer se fue a jugar al fútbol", el nuevo libro de Jorge Moreira

lanzamientos . Con crónicas, cuentos y relatos, el autor pone en debate las posiciones extremas, las falsas encrucijadas y el pensamiento binario. 

El autor prepara un nuevo libro

El autor prepara un nuevo libro.

Jorge Moreira, vecino de Lomas desde hace casi dos décadas, publicó "Mi mujer se fue a jugar al fútbol", su segunda aventura editorial luego de "Medias tintas". 

El autor aclara que "no es un libro machista... tampoco es un libro feminista. Tampoco es un libro de fútbol... aunque el fútbol lo atraviese en las crónicas que contiene". 

En "Mi mujer se fue a jugar al fútbol" hay historias de mujeres inalcanzables y de hombres que se empeñan en tropezar varias veces con las mismas piedras.

"En el libro hay crónicas, cuentos y relatos de historias. Es objetivo es generar una inquietud que todo no es el fútbol o yo. El pensamiento tiene otras disyuntivas más allá del blanco y el negro, hay grises y toda una paleta de colores", le cuenta Jorge a La Unión. 

En este libro se ponen en debate estas posiciones extremas. "De pendejo nos meten en la cabeza que tenemos que definirlos, me parece para salir de esa falsa encrucijada y del pensamiento binarios que excluye a los que no son del mismo color", acota.  

En "Mi mujer se fue a jugar al fútbol" hay historias de mujeres inalcanzables y de hombres que se empeñan en tropezar varias veces con las mismas piedras.

"Mi mujer se fue a jugar al fútbol", es para su autor, "un empecinado intento de dejar, para siempre, la equivocada convicción de que solo hay dos posibilidades. Boca o River. Medialunas de manteca o de grasa. Blancos o Negro". 

En una anécdota futbolera, pero que incluye cuestiones culturas y que van más a allá de la Número 5, el autor describe en el libro lo que ocurre con los cantitos del Athletic de Bilbao, en el País Vasco. 

En las páginas del libro hay aviones que parten hacia lugares lejanos y trenes que regresan de ciudades inundadas de soledades. 

Hay hijos que piensan que las mejores madres eran las de antes y un cuento que se ancla en el rol de paternidad, como "Mi papá es un pelutodo". "Tengo la ventaja de tener hijos jóvenes y vez como dejar de ser un ídolo para tu hijo a ser un idiota en poco tiempo. Es un libro para cagarnos de risa de nosotros también", apunta. 

EL AUTOR 

Jorge Moreira tiene 57 años nació en Capital y desde hace años vive en Lomas de Zamora. Es docente, comunicador, viajero incansable, observador inquieto, compañero de Marcela y papá de Lucía, Lautaro y Josefina.

Editó "Medias tintas", "Mi mujer se fue a jugar al fútbol" y actualmente está preparando su tercer libro. 

El libro se puede conseguir a través de las redes sociales del autor, de Tinta Libre y de Librería Fanáticos. 

"Cuestión de letres" (1), uno de los relatos del libro

Echarle la culpa a un hije adolescente que vive, en carne propia, algunos cambios de paradigmas o a un compañere de ruta, militante y comprometida con ciertas reivindicaciones, sería injusto. A pesar de mis cuarenta y quince y del plateado de mis sienes, aún mantengo intacto el deseo de no oponer resistencia para dejarme seducir por algunas luchas. Aunque no nos quede más remedio que mirar desde fuera de la cancha. No por falta de ganas, sino porque una de la consignas más particulares de esta propuesta de transformación es que las protagonistas principales sean ellas. Con no molestar, por el momento, es suficiente. 

Pero, no puedo con mi genio, y me meto con el idioma inclusivo que, en les ultimes añes, ha tomado les calles de Argentina con intenciones serias de ir por más. Es admirable, ver como chiquilines que no sobrepasan los veinte abriles utilizan esta forma de expresión con absoluta normalidad. Que no implica, solamente, modificar las terminaciones de algunes vocables sino el sentido profundo, y arbitrario, de algunes intenciones de excluir colectives de persones que piensan, o sienten, o actúan de manera diferente. Les palabres no son, ni nunca serán, inocentes. Tampoco les regles ortografiques. Como, también, carecen de inocencia quienes cuestionan su uso sólo porque "hablamos español" y la Real Academia Española no se ha expedido al respecto. Son bastante hipócrites. 

Quién dispuso que, frente a un resultado desfavorable, suframos "la" derrota" y, al disfrutar las mieles de "el" éxito, festejemos "el" triunfo. Porqué decimos "el" dinero y "la" deuda. Nadie, en su sano juicio, podrá negar que el capitalismo tiene algo que ver al respecto. Sólo para enumerar, "la" limpieza, "la" servidumbre", "la" cocina y, por el contrario, "el" poder, "el" deporte, "el" automóvil, "el" trabajo. De verdad, alguien puede seguir creyendo que las palabras carecen de inocencia. 

Sigo, hay más. ¿No hay un intento de establecer una valoración diferente al decir "el" mundo, refiriendo al conjunto de seres humanos organizados políticamente, y "la" tierra, limitando el concepto al marco natural que habitamos? Si un grupo de personas poseen una raíz cultural en común, ocupen, o no, un territorio determinado, hablamos de "la" nación. Ahora sí, ese mismo pueblo está organizado institucionalmente, decimos "el" estado. Qué Dios y "la" patria me lo demanden, dice una fórmula de juramento que utilizan algunos funcionarios al aceptar sus cargos. Dios es, en ese juego de palabras, "el" varón. Aquí me permito aclarar que, según las características de cada lugar, existen valoraciones diferentes. En Lationamérica, quizá por la necesidad de calores maternales, se pudo en duda la masculinidad del Altísimo, afirmando que, más que padres es una madre. Las formas modernas de inquisición descalificaron, con suma contundencia, esa idea. 

La hombría del sol contra la femineidad de la luna. Cuantas canciones cursis se han valido de esta dualidad. "La" noche es oscura, fría y desconocida. "El" día trae luz, calor y conocimiento. Hasta el mismo Gardel que, junto a Lepera, compuso la más hermosa canción de amor de todos los tiempos, describió su deseo en ambos momentos de la jornada pero eligió titularla "El" día que me quieras. Quizá como forma de dotarla de la masculinidad que, una disciplina machista como el tango, requería.

El idioma es la herramienta en que se basa la comunicación. Esto, más allá de ser una obviedad, marca una característica insoslayable, debe ser un elemento que mejore la relación entre quien emite un mensaje y quien, o quienes, lo reciben. El problema se suscita cuando alguno reclama propiedad exclusiva respecto de lo que se dice o, más complejo aún, si pretende constituirse en único emisor. Cuando esto sucede, y ocurre muy a menudo, el lenguaje consolida esos mecanismos autoritarios. Los caminos de salida de tales encrucijadas distan de la sencillez, por el contrario, ante la aparición de cualquier intento disruptivo salen a luz los planteos más insólitos que se puedan imaginar. Intentando disimular lo miserable que encierran, adquieren fisonomías que rozan lo demencial. Todo en función de mantener el status quo, no vaya a ser que sus mezquindades corran peligro. 

Almas bienintencionadas, pensadores irredentos y algunos relatores deportivos han pretendido instalar en ciertos ámbitos, más o menos académicos, el criterio de lograr mecanismos de comunicación más horizontales. Sin ánimo descalificador de tales búsquedas me atrevo a refutar algunos postulados. La comunicación, cualquiera sea su objetivo, es, fue y seguirá siendo poseedora de cierta verticalidad irrenunciable. Hay un alguien que tiene algo para decir e, ineludiblemente, dará un primer paso. Otro alguien, distinto al primero, recibirá, escuchando, ese mensaje. La horizontalidad se hará presente en la medida de las posibilidades que se le otorguen a quien escucha de responder, aceptando o refutando o abriendo nuevas ventanas, el mensaje inicial. Toda sentencia unívoca pondrá un cerrojo infranqueable a cualquiera de estas alternativas. He aquí, el gran desafío que deberemos desentrañar. Ni sí, ni no, ni blanco, ni negro.

Si utilizamos el femenino para referirnos a "las" letras, a "la" palabra e, inclusive, a "la" oración, al aparecer el masculino en "el" párrafo no estamos encubriendo un hecho explícito de poligamia. No hay una valoración evidente en dotar de femineidad a "la" coma y masculinizar "el" punto. Si la letra o define, en muchos casos, lo masculino, porqué decimos "la" o. Sí la letra e, goza de relativa neutralidad porqué insistimos en que es mujer. 

Y por casa, cómo andamos. Igual. "El" comedor, "el" living room, hasta "el" cuarto de baños posee la condición de varón. Cualquier mortal que no pretenda hacerse el oso, podrá notar lo conspirativo de ponderar lo femenino en "la" cocina. "El" horno concentra casi la totalidad del calor, en detrimento de "las" hornallas que deberán conformarse con incandescencias más moderadas. "La" bacha, tradicional espacio donde la vajilla, en general, busca los caminos de la higiene, ha sido desplazada por los adelantos tecnológicos y practicidad de "el" lavaplatos. "El" tenedor en indisoluble alianza con "el" cuchillo ponen de manifiesto su poder sobre "la" cuchara que, como reza el saber popular, no corta ni pincha.

"El" pantalón resistirá incólume hasta la más endiablada ráfaga de viento. Cualquier ventisca, por ínfima que sea, pondrá al descubierto intimidades que "la" pollera no podrá evitar. Tanto "la" sandalia como "la" zapatilla jamás podrán ofrecer el firme abrigo que proporciona "el" zapato. Sin existir diferencia intrínseca alguna, ya que ambas prendas cumplen la misma exacta función, para que no sean objeto de confusiones improcedentes, la prenda que cubre la genitalidad femenina es "la" bombacha mientras que los varones utilizan "el" calzoncillo. No más preguntas.

Jamás pensé que el oficio de escribir pusiera tan al descubierto mis incapacidades para resolver algunas encrucijadas que se me plantean al abordar ciertas cuestiones. Es omnipotencia quizá, o falsa modestia. Existen otros caminos, en apariencia menos intrincados. Por otra parte, recorremos un tiempo donde trocamos, por miedo o por intereses creados, ideas aventureras por discursos pretenciosos de aplausos fáciles de quienes muestran coincidencias de antemano. Nada más exitoso que hablar para una tribuna llena de aduladores. Las buenas costumbres, agradecerán de oficio, tales gentilezas. Pero no, el pensamiento necesita de aguas turbulentas para rebelarse. El idioma también. De las certezas sólo pueden brotar sentencias incapaces de modificar lo establecido, aunque sea injusto. Las vacilaciones, tal vez, entorpezcan la marcha pero, sin dudas, representan el útero genuino de nuevas ideas. 

Desconozco si el idioma inclusivo contará con los recursos necesarios para cumplir los objetivos que se ha propuesto. Tal vez, no los necesite. Nació libre y combativo. Sorprende e interpela. Exige estar atento, como nunca antes, al significado de las palabras. Desnuda la complicidad del idioma con los poderes dominantes, subyugándolos. Están desorientados, y no tienen la menor idea que trole hay que tomar para seguir. Tiran manotazos al aire poniendo en evidencia su desconcierto. Pretenden condenarlo sin siquiera entenderlo. Absortos en una batalla cultural que intuyen perdida, se aferran con uñas y dientes a una academia que necesita visitar a un cirujano plástico con suma urgencia.

Yo mismo, intento cerrar esta crónica con alguna conclusión posible, pero es inútil, esto recién comienza. Veremos, dijo un ciego.

(1) Aclaro, por si oscurece, que el lenguaje inclusivo, en su escritura, utiliza la equis como vocal neutra. Recurrí a la "e", cuyo uso responde a la oralidad, como herramienta explícita aun sabiendo que cometía un error. Sabrán disculpar tal licencia

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