Volver a contar historias 

De Puño y letra. En 1931, trasladaron a Lomas a Monseñor Alejandro Schell para ser el párroco de la Iglesia Nuestra Señora de la Paz, la actual Catedral. Nunca más se fue. 

La Plaza Grigera lo recuerda con un busto

La Plaza Grigera lo recuerda con un busto.

¡Hola, amigos de La Unión! Nos volvemos a encontrar en las páginas del diario de Lomas de Zamora. Me gusta pensar esta columna como un encuentro con algún vecino mientras hago las compras en el barrio. Como siempre les digo, sentarme a escribirles es bucear en la historia de nuestras calles y escapar un poco de la realidad, incluso de la mía. Un cable a tierra para ver las cosas con otra perspectiva. 

Después de tantas semanas pendiente del Covid, dedicado al 100% a mi recuperación, hoy me parece una linda oportunidad para dejar eso de lado y contarles una historia como solía hacerlo antes de contagiarme. El final de la pandemia está cerca, sólo falta un poco más. 

En las últimas semanas, el Papa Francisco fue noticia en los medios. A principios de mes viajó a Irak, en lo que fue la primera visita de un pontífice al país del golfo, algo histórico, donde dio un mensaje de unidad con el islam. Además, habló de la posibilidad de realizar una visita a la Argentina y dijo que tendrá lugar "cuando se de la oportunidad". 

El pasado 13 de marzo cumplió ocho años al frente de la Iglesia Católica. Ya no quedan dudas de que el excardenal Jorge Bergoglio es -sin dudas- la figura religiosa más importante de la historia de nuestro país. 

Pero, ¿qué hay de Lomas de Zamora? Si bien Francisco supo visitar nuestra ciudad en varias oportunidades antes de cambiar Buenos Aires por Roma y es muy querido por los fieles lomenses; nunca tuvo un vínculo muy especial con la zona. Aquí, sin dudas, el religioso que dejó la marca más profunda fue Alejandro Schell. ¿Les suena? Claro: es el nombre de una calle del partido: Monseñor Schell nace en la avenida Alsina y las vías del tren, a cuatro cuadras de la estación de Lomas. Pero Schell fue además un hombre con una historia digna de contar. 

Por más de 41 años, nuestras calles lo vieron caminar con su paso relajado y su figura robusta, con una mirada bonachona donde se destacaban sus ojos celestes. Su pelo rubio y lacio, a veces con un mechón rebelde cayendo sobre la frente, terminaban de constituir la típica fisonomía del pueblo alemán.

Nació el 9 de octubre de 1897, en Alemania. Tras emigrar a la Argentina, fue ordenado sacerdote en 1922 y en un principio desempeñó su función ministerial en la zona norte del Gran Buenos Aires. Pero en 1931 lo trasladaron a nuestro distrito para ser el párroco de la Iglesia Nuestra Señora de la Paz, la actual catedral. Nunca más se fue. 

Por más de 41 años, nuestras calles lo vieron caminar con su paso relajado y su figura robusta, con una mirada bonachona donde se destacaban sus ojos celestes. Su pelo rubio y lacio, a veces con un mechón rebelde cayendo sobre la frente, terminaban de constituir la típica fisonomía del pueblo alemán. Quienes lo conocieron lo recuerdan como un cura de pueblo, muy cercano a los vecinos. Ese es su mayor legado. La Catedral fue su casa. Para mí ese lugar representa mucho, porque fue ahí donde se casaron mis padres en 1958, donde me bautizaron, donde tomé la primera comunión y donde, en 1992, me casé con Bochi, la mujer de mi vida. Y allí, la huella del padre Alejandro Schell está marcada a fuego. 

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