Volver a empezar

gajes del oficio.

Para las y los docentes y para la humanidad toda el 2020 fue el año más extraño y quizá también el más doloroso que nos tocó atravesar. 

"Cuando el carro anda, los melones se acomodan", dice un viejo refrán bien criollo y parece que muy lentamente la situación da algún pequeño indicio de ir resolviéndose, aunque quedé mucho por delante o también más de lo que sospechamos. 

En fin, la cuestión que dentro de nuestro querido sistema educativo quedó atrás un mundo totalmente virtual para ir tomando contacto con la vieja y querida presencialidad. 

Con las complicaciones del caso y sin tener que correrse ni in centímetro de los protocolos aún en rigor, los alumnos vuelven a las escuelas y los docentes también, y ya desde hace más de un mes. 

La adaptación del año anterior quedará para otra ocasión (que ojalá no se repita) y se viene un nuevo desafío que se adaptará a cada institución y también a lo que acontezca sobre la marcha. 

Con el curso entero, con los alumnos rotando en grupos y hasta con alguna cuota de la virtualidad que nos supo salvar las papas arranca, o ya arrancó, un ciclo lectivo que no será fácil.

Alguien por ahí (a quien le perdonaremos el nombre) tiró abajo la labor docente, la calificó casi como un oficio de segunda clase y hasta como la última alternativa para aquellos no sabían para dónde rumbear en sus estudios o venían de fracaso en fracaso. 

Los docentes, de los niveles que se te ocurran y con mayor o menor experiencia, están otra vez ante una aventura que no es para cualquiera y quizá sea compleja de lo que piensa el peor de los pesimistas. 

"Volver a empezar", como canta Alejandro Lerner, pero en un ciclo lectivo distinto al anterior, y todos los que vivimos en la historia argentina y con el barbijo bien puesto. 

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