La Unión | Maestro ciruela

Bariló, un viaje de ida… y vuelta 

Gajes del oficio.

La previa del viaje a Bariloche es larguísima, casi de chicle, arranca a principios del ciclo lectivo y se extiende hasta que los alumnos ponen un pie en el micro o en el avión.

Entonces, ni bien arranca el último año de la escuela el parloteo de lo que será el bendito viaje de egresados se vuelve casi monotemático.

Además, habrá discusiones en el medio por el buzo de egresados que será lucido en la Patagonia argentina y también todo tipo de preparativos previos. Además, todos andan enfundados en las banderas que llevarán al sur con inscripciones y dibujos subidos de tono.

Con la energía a full, la semana previa ya es casi un momento difícil de digerir y el cántico futbolero de “Nos vamo' a Bariló” copa los pasillos, el patio y toda la escuela.

Pero hay algo peor: el regreso. Sí los alumnos del último año de la secundaria suelen estar "en otra" (si se permite la expresión) esto se eleva a la enésima potencia cuando vuelven a clase después del tan ansiado viaje de egresados a Bariloche.

El docente, como corresponde y por educación, debe preguntarles cómo les fue, pero esa pregunta de simple rigor se transforma en un torbellino de respuestas al unísono que es casi imposible de ordenar y de controlar, esa euforia asegura al menos un muy bien como respuesta.

Los más hábiles, y con el fin de que la clase no tome su curso normal, le relatan minuciosamente a los profesores cada detalle de las excursiones a los bellos parajes patagónicos, la música que pasaban en los boliches, el menú del hotel y hasta describen el souvenir de un muñequito de nieve que le compraron a la abuelita como si se tratara del mismísimo "David" de Miguel Ángel.

Al margen de este hecho menor, las comidillas del viaje, el recuerdo de anécdotas, las cargadas (las que son sanas y las que no lo son tanto) y, por supuesto, los amoríos, hacen que hasta los mejores alumnos no paren ni un segundo de parlotear entre sí de lo vivido hace sólo unas horas en la bella ciudad de la Patagonia argentina.

Aún con un pié arriba del micro, con las ojeras que evidencian de que todavía no recuperaron las horas de sueño perdida y la adrenalina que se empecinó en no bajarles, estar al frente de una clase e intentar ejercer la docencia es una empresa complicada, pero créame que con un poco oficio todo se puede.

De a poco se les irá bajando la euforia post Bariloche, aunque algunos siguen contando anécdotas del viaje de egresados durante toda la vida, y le dará paso a los preparativos de la fiesta de fin de año.

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