SOBRE RIVERA Es una referencia histórica para muchos fieles católicos y un punto de anclaje en los orígenes espirituales del barrio.
Entre los relatos que dan forma a la identidad profunda de Lomas de Zamora, hay algunos que suelen pasar desapercibidos, aunque ocupan un lugar central en la memoria colectiva de la ciudad. Uno de ellos es el del oratorio de Nuestra Señora del Tránsito, una referencia histórica para muchos fieles católicos y un punto de anclaje en los orígenes espirituales de nuestro barrio.
Esta pequeña capilla funcionó en una casa ubicada en Rivera 754, una dirección que en su momento fue reconocida oficialmente con una placa que señalaba su valor patrimonial, aunque hoy ese edificio ya no existe.
Allí vivían Manuel Antonio Grigera y su esposa, Florentina de los Santos, junto a sus hijas Isabel y Jacinta. Fue en ese hogar donde decidieron levantar un oratorio privado, que inicialmente estuvo consagrado a San Antonio.
Con el tiempo, se sumó la figura de Nuestra Señora del Tránsito, representada en una imagen cuyo marco ostentaba una inscripción que decía: "María en el cielo es nuestra protectora y abogada como madre de pecadores".
Este retrato, delicadamente impreso a color y enmarcado con esmero, es el mismo que hoy puede verse en el altar de la capilla del Hospital Gandulfo, donde continúa la devoción bajo el mismo nombre, ahora bajo el cuidado de religiosas de la orden de los Padres Carmelitas en Argentina. A este espacio acudían no solo vecinos del lugar, sino también sacerdotes de prestigio. Con el aval del obispado porteño, allí no solo se celebraban misas, sino también bautismos y matrimonios.
El ingreso al oratorio era pintoresco: una avenida flanqueada por paraísos y álamos conducía hasta un acceso discreto, donde comenzaba un entorno netamente rural. Alrededor se alzaban algunas viviendas bajas y, en las cercanías, los grandes ombúes ofrecían sombra a los fieles que se reunían antes o después de las celebraciones religiosas. Ese espacio, más que un lugar de culto, funcionaba también como punto de encuentro y comunión vecinal.
Florentina, la dueña de casa, se encargaba personalmente del aseo y mantenimiento del oratorio, tarea en la que contaba con la colaboración de su hija Jacinta. Ambas se ocuparon durante años de preservar ese rincón de fe que, aunque ya no existe físicamente, conserva su legado en la memoria de los lomenses y en la imagen que hoy preside otro templo, aún activo. Así, aquel oratorio familiar dejó una huella indeleble en la historia religiosa de Lomas, como testimonio de una devoción que marcó los primeros pasos de la ciudad.