A 19 años Natalia Gulberti fue con su novio y seis amigos a ver esa noche a Callejeros, sin imaginar que sería parte del trágico incendio que dejó 194 muertos. "Cuando duele nunca se olvida", dice.
Todos los diciembres, la tristeza y los recuerdos embargan a Natalia Gulberti (45), que vive en Llavallol. En primera persona, decidió contar lo que vivió aquella noche del 30 de diciembre de 2004, cuando fue con su novio y seis amigos amigos a un recital de Callejeros en el boliche Cromañon del barrio porteño de Once.
"Cada 30 de diciembre, vuelvo a tener 25 años y el recuerdo, el espanto, revive en mi ser. No puedo ni quiero olvidarme de ese día porque hacerlo sería dejar morir el recuerdo de los pibes que no están más. Soy parte de la generación que vio como el rock se llenaba de horror y nosotros, de preguntas sin respuestas, descubrimos la terrible fragilidad de la vida", relató Natalia sobre lo que siente cuando llega esta época del año.
Cuando sucedió la tragedia, Natalia ya era mamá. Su hija tenía 7 años y recordó que cuando comenzó a darse cuenta de lo que sucedía en el boliche República de Cromañón, sólo pensó en ella y en su familia. "Lo primero que me vino a la cabeza cuando me caí al piso fue que les iba arruinar la vida si yo me moría ahí", detalló.
Cada 30 de diciembre, vuelvo a tener 25 años y el recuerdo, el espanto, revive en mi ser. No puedo ni quiero olvidarme de ese día porque hacerlo sería dejar morir el recuerdo de los pibes que no están más. Soy parte de la generación que vio cómo el rock se llenaba de horror y nosotros, de preguntas sin respuestas, descubrimos la terrible fragilidad de la vida.
Ese 30 de diciembre comenzó como un día más con ganas de ir a un recital y pasarla bien con amigos. "Me acuerdo que nos costó mucho conseguir entradas porque como la banda estaba en su mejor momento, todos querían ir. Los habíamos ido a ver unos días antes, el 18 de diciembre en Excursionistas. Hasta ese momento, tenían tres discos, entonces, hicieron tres fechas 28, 29 y 30 de diciembre. Una fecha por cada disco", recordó.
Como ellos decidieron ir el 30 y justo hacía mucho calor, Natalia contó que cuando llegaron a Once, primero fueron a tomar una cerveza "para entrar lo más tarde posible".
"Cuando entramos, hubo un cacheo por demás exhaustivo, nos hicieron sacar las zapatillas. Adentro había tanta gente que no se podía caminar, así que tres de nosotros, fuimos hasta el fondo del lugar y subimos las escaleras, ahí quedamos sobre la baranda, de frente al escenario. Se empezó a escuchar algo de pirotecnia, y Chabán sale a decir que no jodamos, que nos íbamos a morir todos porque se escuchaba el estruendo de los petardos. El Pato también cuando salió pregunto si nos íbamos a portar bien", siguió contando la vecina de Llavallol.
La cantidad de público era grande, pero Natalia se posicionó en un lugar en el que veía bastante bien. "Empezó a sonar el primer tema, y no pasaron más que unos segundos cuando alguien prendió una candela, (pirotecnia que lanza bolitas de colores). Las primeras rebotaron contra el techo, y caían sobre la gente. Ya ahí comencé a estar más alerta, me parecía peligroso, hasta que una de las bolitas, queda pegada en el techo y en un segundo se hizo un agujero de fuego que no paraba de crecer", detalló.
Cuando vio el fuego, Natalia enseguida tuvo el instinto de volver a las escaleras agarrada de la mano de su novio en aquel momento y a uno de sus amigos. "Ya a mitad de la escalera, sin mirar para arriba sentía el calor del fuego, y entre la marea de gente y el espanto, se me soltó la mano de mi amigo. Así que solo traté de llegar abajo y orientarme para la puerta, en la oscuridad, porque lo único que iluminaba el lugar era el fuego hasta que el techo cedió y ya solo se respiraba humo, en medio de la oscuridad", siguió contando.
Pero, al respirar el monóxido de carbono las piernas se le aflojaron y comenzó a caer y manifestó sobre ese instante: "Me caí dos veces, logré levantarme, y cuando caí la tercera vez, se cayó gente encima mío y ya no pude moverme más".
Ya a mitad de la escalera, sin mirar para arriba sentía el calor del fuego, y entre la marea de gente y el espanto, se me soltó la mano de mi amigo. Así que solo traté de llegar abajo y orientarme para la puerta, en la oscuridad, porque lo único que iluminaba el lugar era el fuego hasta que el techo cedió y ya solo se respiraba humo, en medio de la oscuridad.
Los pensamientos en la cabeza de ella no paraban a pesar de la situación. Se le representó su hija, su familia, la fecha en la que estaba. "Pensé que ya no iba a salir de ahí, hasta que sentí que el piso estaba mojado, entonces supuse que estarían los bomberos, en un momento alguien levantó a las personas que tenía encima, pude extender la mano y alguien me agarró, tiró, y pude pararme (ese siempre va a ser el ángel que me sacó del infierno aunque no sepa nunca quién fue). Me dijo que vaya para la puerta, me la señaló y así pude salir, estaba el coche de los bomberos trabajando en el lugar, llegué a la esquina, y pude sentarme a respirar", dijo.
Entonces, otro desconocido le dio una botella con agua y le pidió que no se durmiera y ahí fue cuando comenzó a reponerse y decidió volver a la puerta del boliche a buscar a los demás: "Primero encontré a mi novio, lleno de tizne negro de la cabeza a los pies, yo estaba igual, nos abrazamos y empezamos a dar vueltas para encontrar a los demás, por suerte nos encontramos todos los que estábamos".
Después del infierno llegó el momento de tomar conciencia y tratar de comprender que estuvieron dentro de la tragedia que, según los números oficiales, provocó la muerte de 194 personas y hubo 1.432 heridos.
"Nos quedamos callados sentados en la plaza mirando todo el movimiento y observando cómo iban colocando los cuerpos de los chicos en la calle. No podíamos creer lo que estábamos viviendo. Al rato, nos vino a buscar el hermano de uno de los chicos y nos fuimos. Con el correr de los días, empezamos a tomar dimensión de lo que pasó. Yo comencé terapia en marzo de 2005. En las propagandas de la tele, a cada rato repetían los números para atención médica y psicológica. Actualmente sigo con la misma psicóloga, sobre todo cuando llegan los últimos meses del año y también estoy dentro del Programa de Salud Cromañon para poder atenderme en los hospitales de CABA", confesó con mucha tristeza.
Este sábado 30, Natalia visitó el santuario de Cromañón como lo hace desde el primer aniversario de la tragedia. "Siempre va a ser una parte de la historia de la persona que soy, puedo contar cada detalle como si hubiese pasado ayer. Siempre estoy agradeciendo al ángel que me sacó del infierno aunque no conozca su nombre, me quedo con el recuerdo de su voz", añadió.
Los 19 años de terapia sostenida para seguir su camino, los problemas de salud que le generó lo que inhaló esa noche, las injusticias que tuvo que escuchar, las mentiras y la lucha de la que tuvo que ser parte, también la van a seguir marcando para siempre porque como ella misma dijo: "Algo de mí quedó en Cromañón, y todavía tengo cosas que resolver con eso".
Si bien está inmensamente agradecida de seguir adelante, es algo que estará siempre con ella. Natalia es artesana, cuenta con un puesto en la feria que se instala todos los fines de semana en la Plaza Grigera de Lomas porque aseguró que "el arte fue salvador": Me escapo de este dolor haciendo arte porque dicen que el arte sana".
Natalia pudo ver crecer a su hija durante estos 19 años y tiene un compañero al lado que la banca todos los días y está con ella también en los momentos oscuros, pero ella no puede dejar de pensar, conmoverse pensando en "las familias que destruyó la corrupción, la negligencia y la inconsciencia".
"Como todos los años voy a las actividades que se realizan en el Santuario, voy a la marcha desde Plaza De Mayo hasta el santuario y me quedo hasta que cierra con la suelta de globos. Es el día más triste del año. Cuando duele nunca, nunca, nunca se olvida. Los pibes presentes ahora y siempre", concluyó Natalia.