DE PUÑO Y LETRA Entre enero y marzo, las compañías pedían permiso para ofrecer su show. Una se ubicaba en Rivera y la actual Yrigoyen; otra en en el actual Círculo Católico de Obreros.
Hola amigos. Les cuento una buena noticia: hace unos días recibí la segunda dosis de la vacuna. ¡Qué alegría! Después de tanto sufrimiento, por fin se empieza a ver la luz al final del túnel. Las señales que llegan desde países donde la vacunación está en una fase más avanzada son muy alentadoras y acá, según los últimos reportes, estamos transitando una clara baja de muertes y casos por el virus. Ojalá siga así. Lo necesitamos todos, pero especialmente los trabajadores que más sufrieron las consecuencias de las restricciones y tuvieron que reinventarse una y otra vez para subsistir en pandemia. Hoy me gustaría dedicarles esta columna a ellos, en especial los que trabajan en el entretenimiento, con una historia de las nuestras, pero relacionada a su rubro.
Todos los que tengan hijos pequeños y busquen actividades para hacer una tarde libre seguramente pensarán en llevarlos a la plaza. Quizás al cine. Otros, menos imaginativos, los conformarán dejándoles usar la tablet o el celular. A muy pocos se les ocurriría llevarlos a un circo. Seamos sinceros: hoy son muy pocos los pibes que alguna vez visitaron alguno. Pero si le preguntamos a cualquier abuelo, seguro hablará con una gran nostalgia por aquellos shows, los más impactantes de su época. En Lomas de Zamora, al igual que en el resto del país, el circo también tuvo su época de oro.
Debían sortear otro problema todavía más complicado que los trucos de sus acróbatas: las jugadas de los empresarios de los cines locales, que, preocupados por la competencia, hacían todo lo que podían para evitar que se instalen y les roben espectadores.
Entre principios y mediados del siglo pasado, las compañías circenses se movían por todo el país dando muestras de su arte y divirtiendo a toda la familia. Especialmente durante el verano, era muy común la aparición de varios circos en nuestro barrio. Entre enero y marzo, las compañías pedían permiso a las autoridades municipales por ocho días para ofrecer su show, aunque a veces se quedaban más de un mes. Los lugares para instalarse eran los más accesibles para el traslado de la gente desde zonas vecinas. Uno era el predio comprendido por la esquina de Rivera y la avenida Gral. Rodríguez (actual Yrigoyen), donde hoy funciona una estación de servicio. Otro era sobre la misma avenida, en el actual Círculo Católico de Obreros.
Además de tramitar la autorización del municipio, las compañías debían sortear otro problema todavía más complicado que los trucos de sus acróbatas: las jugadas de los empresarios de los cines locales. Es que, preocupados por la competencia que les generaban los circos en el público familiar, hacían todo lo que podían para evitar que se instalen y les roben espectadores.
Con el tiempo, los circos fueron perdiendo público. No sólo en nuestro partido, sino a nivel mundial. Una de las principales causas de la caída en popularidad fueron las cada vez más estrictas legislaciones contra el uso de animales como entretenimiento. Hoy los circos están en vías de extinción, pero todavía, en algunos lugares, se puede disfrutar de geniales actuaciones e increíbles trucos y acrobacias. Ojalá que pronto puedan volver a presentarse para que chicos ?y no tanto? puedan experimentar la emoción que alguna vez vivieron nuestros abuelos.