Matemos que es fácil

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La situación podría relatarse con la misma cantidad de párrafos y sólo editar la cantidad de muertos y el espacio geográfico, pero básicamente es siempre lo mismo.

Por J. Ignacio Merlo

Un tipo desequilibrado llena de balas una escopeta y mata a tiros a un número N de personas. El resultado de la ecuación es que los medios internacionales ponen el acento en la necesidad de eliminar el terrorismo -ese enorme abanico de incertidumbre que siempre se cuenta con personas con turbantes- y nunca se enfoca en el problema de fondo. A saber: nadie mata por deporte.

Por estos días, dos masacres volvieron a poner a Estados Unidos en las noticias de tapa de los diarios del mundo. Primero en Nueva York -con cinco argentinos entre las víctimas- y luego en Texas.

En el primero de los hechos, se describe al homicida como “de Medio Oriente” (sic). En el otro, un hombre entró a una iglesia rural de un pequeño pueblo en Texas y mató a tiros al menos a 26 personas, en medio de una misa.

Cuando intento informarme al respecto, encuentro el siguiente dato: “Aún no está confirmado a qué grupo terrorista pertenece”. “Así se hace difícil”, pienso. E intento pensar por qué ocurre. Las matanzas en Estados Unidos no son novedad. No en vano se trata de un país que asesinó -por caso- a Abraham Lincoln, James Garfield, William McKinley y John F. Kennedy, todos presidentes en ejercicio de su mandato.

También es válido citar que en el mismo país del Norte convivieron líderes de la talla de Martin Luther King, John Lennon, o que puertas adentro de su tierra hubo atentados de la talla del de las Torres Gemelas y el Pentágono. ¿Si la violencia de Estados Unidos es propia, por qué siempre elegimos contarla como aj

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