Cuando Lomas era una alternativa a Mar del Plata, por Sergio Lapegüe

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Tantos años en el periodismo me enseñaron una lección: diciembre es el mes más tedioso, caótico y difícil de transitar del año. Calor insoportable en la calle, finales de la facultad para los estudiantes, miles de reuniones laborales pospuestas en el tintero, piquetes más frecuentes de lo normal, innumerables problemas en el transporte y el fantasma de los estallidos sociales hacen que el último mes del calendario sea un verdadero dolor de cabeza para quienes vivimos en la gran ciudad y sus alrededores.

Por suerte ya pasamos ese mes, y con él, las Fiestas, y el merecido descanso que tantos tienen en verano está en el horizonte. Algunos, suertudos ellos, ya se fueron de vacaciones. La mayoría de los argentinos se fue o irá a la Costa Atlántica. Otros, más jugados, se inclinan por la Patagonia, el Norte o las Cataratas del Iguazú.

Aunque Lomas no tenía olas, arena ni elegantes chalets como tenía La Feliz, sí contaba con amplias casonas y enormes parques llenos de árboles frutales. Cuentan los libros que repasan la historia local que en muchas quintas era frecuente ver almendros, castaños, citrus, nogales, uva, pera, granado y limoneros.

Y los que pasan por una situación económica más holgada, por supuesto, ya tendrán listos sus pasajes para irse al exterior si es que ya no están allá. ¿Lomas de Zamora? Para los que se quedan… Pero, queridos amigos de La Unión, esto no siempre fue así: aunque hoy parezca increíble, algunos años atrás nuestra ciudad era un lugar de descanso elegido por muchísimos compatriotas.

Corrían las primeras décadas del siglo XX y la precariedad de los caminos y la falta de medios de transporte en toda la Argentina eran problemas más que palpables. Los porteños que pertenecían a la más pudiente aristocracia podían darse el lujo de irse a la (por entonces) pujante y distinguida Mar del Plata, pero los otros ciudadanos que no contaban tanto dinero se tenían que conformar con destinos más accesibles.

Uno de los más populares, entonces, era el sur del Gran Buenos Aires. En esa época nuestro partido no era parte de la inmensa metrópoli a la que pertenece hoy en día y las quintas que aquí existían con enormes terrenos suponían una muy buena opción para vacacionar.

Aunque Lomas no tenía olas, arena ni elegantes chalets como tenía La Feliz, sí contaba con amplias casonas y enormes parques llenos de árboles frutales. Cuentan los libros que repasan la historia local que en muchas quintas era frecuente ver almendros, castaños, citrus, nogales, uva, pera, granado y limoneros.

En los lotes del barrio también se sembraba papa, batata, maíz y maní. A la hora de la siesta, los hijos de los turistas aprovechaban para buscar los frutos de los ciruelos y los duraznos y así disfrutar de una merienda riquísima y natural. Al atardecer, cuando el calor aflojaba, los pibes salían a correr por los interminables terrenos verdes, en busca de algún arroyo.

Con el correr de los años y el imparable crecimiento urbanístico que sufrió la Provincia a raíz de la inmigración, aquellos terrenos vírgenes se transformaron en los barrios que recorremos todos los días y, por supuesto, Lomas dejó de ser una opción para las vacaciones de verano. Hoy, en enero, todos quieren escapar.

Las vacaciones de un presidente, por Sergio Lapegüe

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