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A sus 84 años, el artista vasco José Antonio Sistiaga pinta una película en homenaje al sol

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A sus 84 años, el pintor vasco, célebre en el ambiente del cine experimental internacional por sus películas abstractas pintadas a mano, se encuentra trabajando, desde hace 24 años, en “Han (sobre el sol)”.

A sus 84 años, el pintor vasco José Antonio Sistiaga, amante de la naturaleza y la astronomía, y célebre en el ambiente del cine experimental internacional por sus películas abstractas pintadas a mano, se encuentra trabajando en “Han (sobre el sol)”, un filme-homenaje al Sol que viene coloreando desde hace 24 años y que actualmente aborda esporádicamente, cuando su intuición o los astros le dan el impulso que necesita.

“Ya tengo 111 segundos pintados en celuloide de 70 milímetros. La película está en mi casa, extendida sobre una mesa y tapada con una sábana. De vez en cuando, me acerco a mirarla durante un largo rato, y luego la vuelvo a tapar”, afirmó Sistiaga, muy animado y vivaz a pesar de sus años, en función de la pulsión íntima que le dicta -como un óraculo- cuándo es el mejor momento para seguir pintando o cuándo no.

Famoso por su largometraje pintado a mano “Ere erera baleibu icik subua aruaren” (1968-1970), exhibido en 2008 en el Bafici junto a sus cortos “Impresiones en la atmósfera” (1989), “En un jardín imaginado” (1991) y “Paisajeinquietante-Nocturno” (1991), Sistiaga sostuvo que su nuevo filme aún inconcluso “es un agradecimiento al Sol, una forma de respetarle, porque sin él no hay vida. Él es el que nos hace vivir a las plantas y animales”.

“Me gusta mucho la astronomía, todo lo que se relaciona con el espacio me interesa. Estudio mucho la naturaleza, me gusta observarle detenidamente. Y disfruto mucho viendo el cielo, me da gran alegría. Nosotros mismos somos naturaleza”, señaló este maestro de la pintura no figurativa, de los paisajes mentales y la improvisación visual, acerca de una de sus mayores influencias.

Nacido 1932 en San Sebastián, Sistiaga tuvo una vida díficil: cumplió 5 años una semana después del bombardeo franquista a Guernica y sufrió el exilio junto a su madre, con quien se instaló en Ustaritz, Francia, mientras su padre estaba preso en la cárcel en Viscaya, “denunciado por un cura militar al que siempre soñó con asesinar”, y luego intentaron matarlo en la calle con un balazo en la nuca, aunque sobrevivió.

“No tengo la menor idea de cómo influyó todo eso en mi obra”, aseguró el artista en una entrevista que mantuvo con Télam en un restaurante de la ciudad francesa de Biarritz, a pocos kilómetros de su casa en el campo, donde trabaja en sus pinturas y sigue elaborando, con absoluta calma y en tiempos holgados, cada uno de los cuadros de 70 milímetros de la película que quiere ofrecer como tributo al Sol.

Sistiaga es un referente mundial del cine sin cámara -una tendencia de intervención directa sobre el celuloide que en Argentina tiene entre otros herederos a Claudio Caldini, Ignacio Tamarit, Leonardo Zito y Ernesto Baca-, especialmente por su filme mudo “Ere erera baleibu izik subua aruaren” (una frase sin sentido que imita el sonido del lenguaje vasco), que empezó a pintar en 1968 y terminó 17 meses después, en un cuarto que nunca barría para no levantar polvo, y donde trabajaba en cuclillas, 12 horas diarias.

"Mi trabajo es un proceso biológico intuido poéticamente. Nunca reflexionaba cuando pintaba el celuloide. Encontraba las variables intuitivamente. Era como un dejar fluir sin precisar nada. En el propio hacer era donde veía las variantes y las aplicaba sin ninguna reflexión. Lo que quería era pintar y me tenía sin cuidado si la película era rítmica o no. Si yo aceptaba el ritmo y las vibraciones que se generaban, continuaba pintando", recordó.

Cada uno de los 108.000 fotogramas de su largometraje es completamente único, ya que el artista nunca usó trucas o efectos fotográficos, sino que la imagen completa es obra de su imaginación y de sus manos, que se valían de pinceles, agua, tintas traslucidas y monedas de diferentes tamaños que usaba para generar círculos en el medio del cuadro y así darle un sentido más concreto al color y la abstracción pictórica que los rodeaba.

Esa película de Sistiaga se convirtió en el primer largometraje del mundo hecho con la técnica de cine sin cámara, una forma artesanal de construir imágenes directamente sobre el celuloide, con o sin intervención de la emulsión fotosensible, que data de principios del siglo XX y que tuvo a Man Ray, Len Lye, Harry Smith, Stan Brakhage y el canadiense Norman McLaren como principales referentes.

“Quería que mi película vibrara frente al espectador”, afirmó Sistiaga, que eligió que el sonido fuera “casi como un susurro y fuera creciendo lentamente hacia el final, casi imperceptible, por respeto al color y también al sonido. Vivía en París en 1968 y vi una película de McClaren. Me di cuenta de que si el sonido era fuerte el color también lo era, y viceversa. Ahí decidí que el sonido de mi largo iba a ser un susurro”.

Si bien a veces el Sistiaga pintor se impone al Sistiaga cineasta, su obra pictórica y cinematográfica mantienen en la abstracción una coherencia única y sistemática desde 1968, cuando su amigo, el pintor abstracto Rafael Ruíz Balerdi, le regaló su primera tira de celuloide, un trozo de película en desuso que encontró “cuando abrió su placard para mostrarme un homenaje que estaba realizando a Tarzán”.

“Mi trabajo es muy sencillo. Lo único que varía entre mis pinturas y mis filmes es el espacio y la superficie de trabajo, porque en cine mi lienzo es una tira de película de 35 mm. de ancho por dos kilómetros de largo. En casi todos los casos, esas obras son paisajes mentales, porque mi pintura es mi naturaleza, paralela a la naturaleza exterior”, explicó Sistiaga, que empezó pintar desde niño, gracias a la admiración que le produjo el cuadro de Velázquez “La rendición de Breda”.

El artista recién conoció la pintura no figurativa en su adultez, por una postal de Paul Klee que le habían enviado: “Esa era mi única referencia no figurativa. En París me dediqué a pintar paisajes y fui pasando a la no figuración de manera natural. Fue una evolución lenta. Me di cuenta que la no figuración tenía un sentido. Veía equilibrio y algo tenso en ello, algo con fuerza y mucha autenticidad”.

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